"Un truco de magia. Un reptil. Un ángel caído. Un grifo sacado de las páginas de un bestiario medieval iluminado. Algo resplandeciente y lejano, como oro hundiéndose en el agua. Una marioneta rota de alas, patas y plumas empapadas de luz."
Hay libros que llegan como un rumor, apenas perceptible pero constante. Que pese a sus premios no desembarcan en una gran campaña, pero quienes los van leyendo no se cansan de recomendarlo. Justo ese fue el modo en que llegó el libro que hoy traigo a mi estantería virtual, se trata de H de halcón.
Cuando el padre de Helen Macdonald muere, deja un vacío insondable en esta mujer. Es en este momento que decide comprar un ave de presa, un azor, y adiestrarlo, en un intento de desviar su foco de dolor a la prueba que supone adiestrar a quien pronto se convertirá en Mabel.
Está claro que no es la primera vez que aparece un libro sobre el poder curativo de los animales para quienes están, ya sea enfermos de salud, o rotos por dentro. Sin embargo, en este caso la autora da un paso más, no elige un animal de compañía que rompa la soledad del luto, porque no es esa su intención. Lo que hace es relatarnos una historia de pérdida y superación, de agujeros negros y cicatrices, que se llena de paralelismos y en la que su protagonista parece desdoblarse y renacer.
La autora se adentra en la relación que tuvo con su padre, y el inmenso vacío que deja su muerte, un vacío que se llenará de plumas y garras, y que enfoca más como un viaje introspectivo que como una terapia. Mabel cura porque descubre, son ambas las que comienzan a confiar, las que se aprenden, las que se abren al mundo, y Macdonald es capaz de plasmar ese difícil viaje página tras página. De algún modo llega a parecer que las dos son una sola, y descubrimos el vuelo y la caza, la parte salvaje, y también la risa de pájaro, algo tan improbable, como que ría la autora en ese momento. Pero sucede, porque la vida sigue, vamos aprendiendo mientras leemos, y las heridas curan convertidas en marcas blancas en la mano, marcas que deja la vida, leemos nosotros. Y vuelvo a nombrar la caza como uno de los grandes momentos del libro, un momento glorioso de cambio en el que la pasión de las letras de Mcdonalds arrastra al lector irremediablemente. Porque si hay introspección, también hay salvajismo; y ambos son hermosos en las letras de la autora.
Y la historia avanza y entre pequeños logros, y alguna frustración, descubrimos su pasión por las aves y momentos de felicidad pasados que comienzan a emerger. A la vez que nos muestra el mundo de la cetrería, en el que se sumerge como si siguiéramos en épocas pasadas, nos permite hacerlo a los lectores en el alma de quien escribe. Y descubrimos también un nuevo paralelismo con TH White y un libro, El azor, que la persigue como una sombra.
Macdonald nos lleva sin prisa por una prosa cuidada, certera, descriptiva y llena de emociones y sentimientos cada vez menos contenidos pero que evitan el sentimentalismo con mucha habilidad. Nos descubre cómo son las aves rapaces desde la pasión de sus propias palabras, y nos da una lección sobre la vida y la necesidad de progresar con un final cargado de simbolismos y sentimientos en el que llega a conmover al lector que lleva preguntándose unas cuantas páginas, cómo será el broche de esta fantástica historia.
Hay libros que se devoran y otros que se paladean despacio, porque lo pide la historia o porque las propias palabras que la componen se agolpan ante los ojos del lector que no quiere perderse ni una sola de las que habitan entre líneas. Eso es H de halcón, una gran obra para paladear despacio. Eso, y mucho más.
Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
Gracias