H de HONESTIDAD

Por Maria Mikhailova @mashamikhailova

En un principio tenía pensado hablar de la humildad. Pero pensando un poco decidí optar por la honestidad, otra de las cualidades cuya ausencia está a la orden del día y cuya falta veo más grave que la de la humildad. Digamos que ser humilde o no no afecta de forma directa a otros seres humanos. Si uno es prepotente y alardea de sus éxitos, su dinero, su belleza o fama, confieso que es un comportamiento que no comparto y me disgusta, pero siempre soy del pensar que mientras no hagamos daño a otros con nuestras acciones, somos libres de actuar como nos plazca. La honestidad en cambio o más bien su falta es mucho más nociva, pues crea comportamientos disfuncionales y nos afecta negativamente tanto a uno mismo como a los demás. La ausencia de la honestidad es un impedimento claro para la felicidad y la armonía.

El autoengaño

Hablar de honestidad es hablar de intenciones. Uno siempre sabe si es honesto o no. Salvo quizás en el caso de la falta de honestidad con uno mismo: el autoengaño. Muchos vivimos en ese autoengaño constante, de forma consciente o no. Por un lado, el autoengaño es el resultado de una manipulación y falta de honestidad exterior: como por ejemplo el hecho de que nos digan qué carreras son las mejores para nuestro futuro, que el éxito en una pareja equivale a sexo o que nuestra felicidad depende de nuestro poder adquisitivo o el consumo de productos que nos brinda la publicidad. Esto es pura manipulación, pero en tanto en cuanto seamos capaces de escuchar nuestro interior y de analizarnos, nos daremos cuenta de si lo que nos han vendido es válido o no para nosotros. No lo que nuestra familia, amigos, pareja, jefe, compañeros de trabajo, el colectivo social al que pertenecemos quieren, sino aquello que nos hace felices y plenos a nosotros como seres individuales y únicos que somos.

El autoengaño es uno de nuestros peores enemigos, pues muchas veces llegamos a creernos de una forma totalmente ciega algo que no es verdad o que no está hecho para nosotros. A veces es el miedo a nuestros propios deseos, la falta de confianza en uno mismo o el quedar fuera del círculo de aceptación social, de perder el respaldo de nuestros amigos o nuestro trabajo. El autoengaño tiene que ver con los cánones aceptados en una sociedad en un lugar y momento determinados, y si notamos que nuestros deseos no corresponden a esos cánones, el miedo a la soledad nos empuja a cambiar de forma involuntaria nuestros deseos y sustituirlos por aquellos que sienten bien a la gran mayoría.

La manipulación

La falta de honestidad para con otros, en cambio, sí es algo claramente intencionado y consciente. Aunque es algo que todos rechazamos a priori y entendemos por falsedad o hipocresía. Es en el fondo una clara manipulación de los demás, pues les mostramos una realidad que sabemos que no es cierta. Realidad que nos conviene a nosotros, creando así una situación de la que sacaremos mayor provecho. Si hemos robado, no lo diremos, pues no queremos ser multados, ser despreciados o simplemente quedarnos sin el bien que hemos adquirido ilegalmente. La falta de honestidad es una manifestación del egoísmo puro y duro: yo por encima de ti.

Mientras que el autoengaño nos hacía daño a nosotros mismos: los intereses de los demás por encima de los nuestros, la hipocresía se dirige a los demás: yo antes que el resto.

Lamentablemente la falta de honestidad es parte de nuestro día a día. Comenzamos mintiendo desde que somos pequeños, por miedo a la reprobación, al castigo… y luego nos vamos dando cuenta de que es más fácil vivir de esa manera, porque mientras no nos han pillado, no somos ladrones. Sí, volvemos a hablar de la educación y los valores que nuestra familia o escuela nos han inculcado.

Los medios de la comunicación masiva, al servicio de los partidos políticos y sus idelogías (ideologías basadas en unos conceptos genéricos muy bonitos, pero que en el fondo satisfacen los intereses egoístas de personas concretas, ansiosas de dinero y de poder) son los medios de manipulación masiva, como en más de una ocasión comenté. No hay cosa más triste y ridícula que ver a los políticos en televisión o en prensa, echándose basura los unos a los otros, como si de una pelea de niños de parvulitos se tratara. Es triste ver cómo los medios, en lugar de ser objetivos o al menos tratar de serlo, sirven de instrumento al servicio de la derecha o la izquierda, clasificando a la sociedad en dos extremos opuestos, cuando los únicos que se benefician de ello son los políticos que están detrás  -muchos de ellos untados y presionados por lobbys y grandes multinacionales-.

Seamos sinceros

Sí, es lo que hay y lo que nos ha tocado. No podemos cambiar a los demás. Pero sí podemos cambiar nosotros mismos. Dicen que el cambio empieza justo ahí. Y no, no me excluyo del resto, soy igual de imperfecta, igual de quejica, en más de una ocasión no he sido honesta y también busco mi bienestar propio. Muchas veces nos enzarzamos con esos pobres corruptos que son esos señores calvos con tripa o señoras de botox y caras operadas que mueven los hilos de nuestro país. Pero no es ahí donde está el verdadero cambio.

El cambio está sólo en nosotros. Sólo puedes cambiar el mundo cambiando tú. Sólo tienes derecho a pretender que los demás cambien (y ni siquiera tienes ese derecho, para ser honestos) si cambias tú, si dejas de mentirte a ti mismo y dejas de engañar a los demás. Esto es ir más allá de la honestidad: es ser sinceros. Sinceridad sería abrir nuestro corazón y preguntarnos qué hay dentro.

Los Vedas nos hablan del karma y no puedo estar menos que de acuerdo. Todo lo que nos rodea es un reflejo de nuestro interior, de nuestras vidas pasadas, de nuestras imperfecciones y nuestros miedos. Es más, por extraño que parezca: nos merecemos estar aquí. Esta vida nos la hemos ganado. Poco podemos hacer para cambiarla, en el sentido de cambiar a los demás. Pero sí podemos ser sinceros y empezar por limpiarnos nosotros. Tal vez entonces cosas mejores empiecen a suceder a nuestro alrededor.