Ha muerto Ávila TV. Su muerte ha sido lenta, la agonía larga. El acta de defunción la firmaron antes de tiempo, cuando más se veía su pantalla en los barrios de Caracas (y la sintonía en aumento), cuando más la partía, cuando más la revolucionaba, y cuando sus trabajadores peleaban con más fuerzas para defenderla.
Hubo un tiempo en que todos hablaban de Ávila TV, así fuera nada más que para afirmar que les resultaba difícil entender lo que sucedía adentro. La revolución bolivariana tiene una deuda con sus trabajadores organizados y movilizados en asamblea permanente, que optaron siempre por no ventilar públicamente tenaces conflictos internos, así como las sucesivas injusticias que debieron padecer. Sin embargo, esta demostración de carácter, firmeza y madurez política, este ejemplo claro de disciplina a toda prueba, fueron respondidos con una feroz e implacable campaña de infamias que hoy perdura. La discusión central, sustantiva, sobre el tipo de televisión que es preciso hacer en tiempos de revolución, sobre cómo hacer una televisión juvenil, popular y revolucionaria, fue sustituida sistemáticamente, del lado de los enemigos de Ávila, por un coro de insultos e invectivas: malandros, desviados, pequeñoburgueses, anarcoides.
Ya nadie habla del Manifiesto de Ávila TV.
Reafirmo algo que sostuve entonces: lo que estaba en juego con la batalla de Ávila TV, mucho más allá de cargos y cuotas de poder, de la fama, la mala conducta o el trampolín para aterrizar en otros canales, era la posibilidad de continuar insurgiendo contra los cánones de la comunicación burguesa y contra los dinosaurios que ven en la pantalla un instrumento para bombardear a la gente de propaganda, que es otra forma de la alienación. La importancia estratégica de Ávila radicaba en que había demostrado cómo insurgir, además con el protagonismo de esos jóvenes que la izquierda conservadora, sectaria y exógena ha despachado históricamente por pertenecer – según le gusta estigmatizar – al lumpen.
Hoy día, en cambio, nadie habla de Ávila, y se le equipara a un cuerpo inerte, aunque respire. La ya vieja leyenda negra de la televisora malandra y malhablada, fue sustituida por la leyenda de la Ávila ingobernable. Así, ha terminado de morir de mengua, aislada como leproso, estrangulada la poca organización que quedaba, sus últimos arrestos de vitalidad. Nadie quiere saber de ella, mucho menos, tal parece, los que aún conservan cuotas y cargos burocráticos.
Lo más grave es que nadie da la cara, nadie ofrece una explicación a los cientos de miles de jóvenes de los barrios que cuando todavía se animan a sintonizar la pantalla que alguna vez los sedujo, se encuentran con la misma programación de hace dos años. Porque, no se engañen: el problema está en la pantalla.
Ha muerto Ávila TV y su muerte es la victoria de los pusilánimes, los sectarios y los mediocres. Muerta, nada más que para engrosar las filas de unos medios públicos incapaces de acumular dos dígitos de audiencia.
Publicado el 8 septiembre, 2011 por juanmartorano
Reinaldo Iturriza López
De cuando Ávila TV todavía la partía…