Una cosa que me encanta de La Segunda y que echo de menos en La Primera y en el padre de ambas, es la empatía. La Segunda es capaz de alegrarte el día con un beso o un abrazo en el momento justo. Eso se agradece, máxime cuando te pasas todo el día a la merced de cuatro pequeñas tiranas. Tampoco es nada materialista. Será porque su hermana ya se lo había pedido todo antes de que ella naciera. Aunque a veces peca de tocapelotas en general es muy diplomática y de convivencia fácil. Lenta como el caballo del malo pero fácil. Y cariñosa. Muy cariñosa.
No en vano la niña no tiene uno sino dos novios o morados como dice ella. Todo empezó cuando un niño brasileño que baila la capoeira que es un tema la conquistó en la guardería. Sellaron su amor a golpe de cadera. La Segunda que de tonta no tiene un pelo empezó a comprender el efecto que esa melena, esos ojos azules y esa sonrisa picarona tienen en el sexo opuesto.
A partir de entonces la lista de morados no ha dejado de engordar. Desde que la seño de la guardería le dijo que la zanahoria era buena para el pelo –dato que no me he molestado en verificar- me la pide a todas horas. Ella es capaz de no salir de casa porque no se ve bonita. No sé si les había dicho ya que la niña habla español del nuevo mundo cortesía de su profesora colombiana de infantil. Porque otro rasgo muy característico de esta niña es que lo sobrepronuncia todo, hasta el inglés que no sé dónde diantres lo ha aprendido.
Como ven La Segunda es casi perfecta. Digo casi porque como les adelantaba lo de reírse de sí misma no es su punto fuerte. Ya desde bebé le entraban unos instintos asesinos irrefrenables si te pillaba riéndote de ella. Con diez meses intentó arrancarme las córneas con las uñas para que me dejara de reír por un culetazo la mar de gracioso que se había pegado. Y no ha mejorado. Nada.
Hoy sin ir más lejos se ha liado a patadas con el patinete después de una caída de lo más tonta. No saben con qué inquina le chillaba entre puntapié y puntapié indignada por el ridículo que acababa de hacer en el patio del colegio de mayores. A mí me ha alegrado el día. Que no estaba fácil después de haber empezado recogiendo vomitonas a la carrera para no llegar tarde al colegio. No es la primera vez que se ensaña con un medio de locomoción indefenso. Ni será la última. A su maltrecha bici le han caído ya varias tundas por cometer la osadía de no conducirse sola.
Me temo que el año que viene, cuando aprenda a leer, tendré que cerrar el blog. Como lo lea me mata. Con razón.
La niña tiene una reputación que mantener.
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