El parto de un gobierno efectivo parece harto complicado, pero no imposible. Tras haber abortado el anterior intento debido a incompatibilidades personales entre sus mentores, parece que ahora están dispuestos a llevarlo a buen término. Pero requiere de más atenciones y cuidados. Porque la mayor fragmentación del Parlamento obliga a depender de más formaciones que sumen sus votos al candidato de la coalición de izquierdas dispuesto a gobernar. Y se parte, para ello, del mismo escollo que anteriormente era tenido por insalvable: los votos de los coaligados son insuficientes para lograr una mayoría que garantice el beneplácito del Congreso. Es decir, ahora, como ayer, dependen nuevamente del apoyo de otros grupos minoritarios de la Cámara Baja para conseguir, primero, la investidura del candidato y, luego, la aprobación del Parlamento al nuevo gobierno. La jugada de repetir las elecciones para reforzar las posiciones resultó fallida, y ahora se tiene que abordar una cohabitación entre PSOE y UP con la mengua de sus posibilidades. Y esto es lo que no reconocen para, en cambio, autoproclamarse ganadores de unos comicios que se han demostrado innecesarios y gratuitos. De ahí surgen, más que de la aritmética parlamentaria que no deja de escrutarse, los peligros que acechan al parto del nuevo gobierno.
Por un lado, dicen que concebir un gobierno de coalición les quita el sueño y, por otro, tras la repetición electoral y en menos de 48 horas, hacen una coalición de gobierno, sin dar ninguna explicación, ni hacer autocrítica, ni reconocer equivocaciones. La pérdida de votos sufrida se exhibe como un triunfo y el fracaso de la estrategia que condujo a nuevas elecciones se camufla de oportunidad para gobernar. Es innegable que los votantes de izquierda prefieren que se forme un Ejecutivo de esa ideología, pero exigen que se les trate como personas adultas y con memoria para recordar lo dicho y hecho. Porque ni Unidas Podemos ha ganado y menos aún convencido como para obligar una coalición, ni PSOE ha salido fortalecido como referente de la izquierda útil como para gobernar en solitario. En tales circunstancias, se ven condenados a pactar, conscientes de su mutua debilidad, en un escenario de más fragmentación, en el que cualquier otra opción conllevaría un mayor desgaste electoral. Es algo sencillo de explicar y nada difícil de comprender y hasta de disculpar.
Y es que tales contradicciones e incoherencias no fueron halladas en el camino, sino provocadas por la actitud de los responsables de entenderse para formar un gobierno sólido y estable que permita afrontar los retos a que nos enfrentamos. Y serán, por tanto, esas debilidades las que condicionen unos acuerdos necesarios con las demás fuerzas políticas a la hora de conseguir su apoyo a un deseable gobierno de coalición de izquierda. Pero lo que todavía es más grave, son también esas debilidades, convertidas ya en descrédito, las que empujen a los votantes hacia la indignación y el alejamiento de la política, si no se aprovecha esta última oportunidad de atender su voluntad y constituir, de una vez por todas, un gobierno estable en España.