Erase una vez una princesa como las que describen los cuentos, de ojos rasgados y azules y cabellos dorados como los rayos del sol. Erase una vez una princesa que nació en una gran cuna, entre algodones y mimos. A la que jamás le faltó de nada y la que nunca supo mantener aquello que poseía a su alrededor, por ello, pronto dejó de ser princesa, nunca llegó a ser reina y se desterró ella misma a los sucios portales, a las esquinas y a cualquier sitio que le sirviera para llamarlo hogar.
Fue princesa criada para reinar y convertida en vagabunda, en solitaria y adicta a cualquier cosa que la hiciera ese día un poquito más feliz.
De alta cuna y baja cama, de colegios impagables y ropa cara, de fiestas y reuniones de Madrid a Salamanca y ahora vaga la princesa sin rumbo, cada día y cada noche en busca de otro tipo de algodones.
Cuenta la leyenda, que fue aquel caluroso verano, aquella playa, aquellos chicos, aquella fiesta, y Javier. Ese verano comenzó a dejarse llevar por el atractivo de una vida que desconocía, una vida más de la calle, de vicios y botellones al son de una hoguera junto al mar, de humo, alcohol y droga. Había descubierto una nueva forma de vivir la vida por la que se sentía atraída alejándose por completo de sus libros, de las clases y los compromisos y empezó a sentirse bien y a desear volar más allá de lo que habría imaginado, empezó a necesitar esa eterna libertad que se escondía detrás del humo de cada calada.
Los meses posteriores a las vacaciones, la casa le oprimía, básicamente todo le molestaba, volver a la rutina era insoportable, sentía que le habían cortado las alas y huía de la realidad encerrada en su cuarto, faltando a sus obligaciones para poder estar al lado de Javier, de momento, él era el que le proporcionaba todo lo que necesitaba para poder sobrevivir. Comenzó su rebeldía oponiéndose a los horarios, comenzó a escapar para encontrarse con gente que le aportaba más que una cena en familia, comenzó a perderse por los barrios en donde una princesa jamás se adentraría, comenzó a caminar sin rumbo influenciada por las risas y la evasión de esa nueva forma de vida.
Su reino estaba roto. La impotencia de unos padres que no podían llevarla hacia el camino correcto destrozó el hogar e hizo que ella se alejara del mundo que siempre había conocido para aventurarse en aquellas calles, a vagar sola y mal acompañada. Ella que todo lo tenía, rompió su vida por querer vivir de otra manera.
Princesa mentirosa, no cabía una verdad en su delicada boca, y todo por conseguir su ansiada libertad, no le importaba pasar por encima de quien todo le daba, sus padres, la familia, sus hermanos; cambió para mal, rebelde y contestona, agresiva y dura en sus palabras cuando quería realmente hacer daño, estaba poseída, había perdido el control de su vida, ahora era la droga la que hablaba por ella. Princesa ladrona, que por unos gramos de cocaína vendía aquello que caía por sus manos, sin importarle el valor, el sentido o de quien fuera, se vendió ella y a cualquier precio, qué más da unos simples objetos.
Descubrió el poder de su cuerpo y entendió que con él, conseguiría todo tipo de favores y mercancías; se volvió esclava que por un poco de droga abría sus delicadas piernas a cualquiera que se la ofreciera. Colocada y enferma, vagaba por las calles, bajo el frío, bajo el sol, su extremada delgadez, sus heridas en los brazos, la hacían más frágil aún, daba pena ver como su alegría y la luz que despedía se arrastraba entre cartones bajo las luces de los escaparates.
Ya nada queda de aquella princesa de cuento, ni si quiera en su mirada que vaga perdida intentando recordar lo que en su día fue y en lo que se ha convertido. Princesa sin reino, sin castillo, princesa que jamás llegaría a reinar.
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