Habitación compartida

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Fotograma de ‘Charlie y la fábrica de chocolate’.

Qué bonito es compartir habitación. Mi hermano y yo dormimos en el mismo cuarto durante 25 años, por lo menos. Primero en litera, luego con las camas a los lados y en medio una mesilla de noche. Esto facilitaba la tarea a nuestros padres, que se libraban de tener que pasar por dos estancias para arropar, dar las buenas noches, contar un cuento o lo que fuera. De pequeños disfrutábamos allí, cada uno en su sitio y con nuestro padre o madre en medio, leyéndonos un libro o dándonos la mano. Era maravilloso. Teníamos cada uno su escritorio en el mismo lado que la cama, de cara a la pared, y además del armario empotrado había un semanario y un mueble para los libros. Aquello parecía el salón de la casa de Charlie, el de la fábrica de chocolate.

Al principio la idea funcionó. “Mete a los niños en la habitación de 3 metros cuadrados, que así aprovechamos la otra para montar un estudio”. No puedo asegurar con certeza a cuál de mis progenitores se le ocurrió. Es lo malo de tener una familia de gente que estudia y lee, que te llenan la casa de mesas de escritorio, estanterías y archivadores, objetos que poco a poco te van quitando el espacio hasta que un día te descubres sepultado y olvidado bajo una montaña de papeles. La cultura fue la culpable de que acabáramos los dos en el zulo. Por eso ya no leo.

Con el tiempo sucedió algo que mi madre y mi padre no tuvieron en cuenta: crecimos. Mientras no midiéramos más de un metro todo funcionaría bien, pero comíamos demasiado y pronto superamos el metro y medio, el metro setenta… Y también nos expandimos hacia los lados. Así que un día compartir habitación pasó a ser una comunión total. Si nos levantábamos a la vez, allí nos encontrábamos los dos a las 7 de la mañana, dándonos rodillazos y poniéndonos la chola del otro. Estábamos tan unidos que a veces olías a pedo y no sabías si habías sido tú o él. En una ocasión, casi no me saca un ojo con el dedo gordo del pie al ponerse un calcetín. Como jugar a Enredos, pero en la vida real.

Después de muchos años de privación de la intimidad, llegó el momento de independizarse. Empecé a trabajar y decidí alquilar un piso, abandonar el hogar familiar y la habitación compartida para comenzar una nueva vida. ¿Y saben lo que pasó? Pues que un mes o dos antes de mi marcha, mi familia se mudó por fin a una casa más grande, con un cuarto para cada uno. Cago en…