La colección de diecisiete relatos muestra todo tipo de situaciones, pero con un aire de melancolía, de nostalgia, en ocasiones de temor. No son más que una pincelada en mitad de una historia, casi una instantánea que nos muestra una radiografía de cómo son sus vidas. Y son existencias banales, pero que en ocasiones resultan brillantes. Son historias corrientes, sobre ríos que discurren bajo ciudades y las consecuencias que esto conlleva para sus habitantes. O sobre hombres azules a los que llama la muerte. O sobre qué ocurre cuándo la megafonía de un autobús de pasajeros adquiere vida propia. O sobre señoras que tienen vidas imaginarias con personas imaginarias que adquieren un tinte de realidad. O sobre familias que solucionan sus problemas en locales clandestinos mientras la lluvia cae sobre la ciudad.
Todas las historias tienen monstruos. En ocasiones son las familias, o las parejas o los amigos. Otras veces el peligro viene de fuera y es sobrenatural e indeterminado. Pero, en general, lo que se desprende es la idea de que los culpables de hacer del mundo un infierno muchas veces somos nosotros mismos.