Habitar la propia lengua: Andrés Neuman y los puentes de la hispanidad.

Publicado el 10 octubre 2012 por Sergio B Huidobro

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Andrés Neuman nació, cuando menos, dos veces. La primera, más dada a cosas de esas de registros civiles, actas y cumpleaños, ocurrió en Buenos Aires, Argentina, en 1977, aunque por poco y el episodio cambia de escenario siendo sus padres exiliados, ella italo-española, él alemán judío, músicos ambos. Interesante sería conocer las razones que los habrán llevado a escoger como destino de exilio a un país sumido en una férrea dictadura, cuando el sentido común de la historia marca que es de eso, precisamente, de lo que se suele huir. Pero vino a ser así que el pequeño Andrés, digamos que Andresito por esos días, nació por primera vez en el centro de la pampa americana.
La segunda, ya con consciencia y propia decisión, vino a ocurrir unos 15 años después, cuando llegó a Granada, por los castellanos campos de su madre, a estudiar Filología Hispánica y a sumergirse hasta el cuello (o más) en las reflexiones que le inspiraba su doble condición: Argentino en los recuerdos, español en el entorno, latinoamericano de crianza, europeo de ascendencia, el entonces joven Neuman encarnaba sin pedirlo un conflicto ancestral de identidad: El de la hispanidad, manchega y bonaerense, conquistadora y conquistada, imperial y lastimada, todo tejido en el mismo idioma. Pronto supo aquel muchacho, mitad pibe, mitad chaval, que antes que argentino, trashumante, apátrida o español era otra cosa: Escritor, que es una de las formas más sensatas de dejar de atormentarse por fronteras.
Vinieron entonces, apenas a los 21, las dos primeras plaquetas poéticas, el Premio Antonio Carbajal para una de ellas, Métodos de la noche, poemas todavía jóvenes pero ya fermentados, imágenes directas y líneas como “Entre los mil hedores / de cáscaras añejas, de mal roídos huesos / de astillas de cristal amanecido (…)”. Un ritmo jubiloso y efervescente de creación permite la aparición de dos, incluso tres títulos nuevos cada año a partir de entonces, plaquetas de poemas, relatos breves, el Premio Hiperión, el Federico García Lorca, la inclusión en una o dos antologías generacionales y la creciente amistad con Roberto Bolaño a modo de mentor son apenas destellos premonitorios de las primeras novelas, Bariloche, Una vez Argentina, ambas finalistas del Herralde, la segunda, emotiva reconstrucción de la infancia del narrador y de la sentida odisea del destierro, una suerte de autobiografía que termina siendo síntesis personalísima de la historia y la identidad argentinas, la nostalgia por la Europa devastada, la formación de Buenos Aires como un espejo de París empañado de tristezas.
Si se lee bien lo anterior, notaremos que estamos a punto de caer en el lugar común, en recomendar la novela más reciente ó en continuar con la enumeración de premios que al final convertirá a este texto en algo así como un currículum en prosa, en enlistar citas elogiosas de sus contemporáneos, etcétera. Será mejor lanzar al aire la sincera recomendación de acercarse en breve a Andrés Neuman, de rastrear por la red las versiones en línea de cuentos suyos que se leen de un tirón y terminan releyéndose cada que se puede: Una raya en la arena, La belleza, La pareja ó poemas al azar, escaparse diez minutos a Microrréplicas, el desparpajado blog que mantiene con textos brevísimos. 
Por ese camino el lector interesado llegará, tarde que temprano, a El Viajero del Siglo, novela amplia, desigual, ambiciosa, imperfecta y estimulante que sería necesaria en el recorrido de su autor aunque no hubiera recibido el Premio Alfaguara 2009 y con ello un empujón publicitario y comercial desorbitante. “Los vegetales tienen raíces, los hombres y las mujeres tienen pies” reza el epígrafe de George Steiner que abre el relato, una novela vasta y pausada sobre la Europa central del XIX, sobre Sajonia, Prusia, Austrohungría, el siglo de las grandes utopías, el laboratorio de la modernidad, los hondos debates revolucionarios, el esplendor de las novelas nacionales y la semilla de lo que sería la Unión Europea, sobre la traducción de poesía como metáfora del mundo y el viaje como alegoría de lo humano.
Dejemos aquí a Andresito, ya convertido en Neuman por derecho propio. Que el lector continúe el recorrido, si le place, en voz del propio Andrés, aquel gaucho de Castilla que tuvo la extravagante suerte de nacer dos veces al inicio de su vida y que vuelve a nacer en cada recodo de su escritura, en la lírica, en la novela, en el ensayo, en la enseñanza. Nacer cada vez. De eso va la literatura, al fin y al cabo. ¿Que no?.