Hábitos productivos: ¿Qué son realmente los hábitos?

Publicado el 19 marzo 2015 por Ajmasia @ajmasia

Existe una técnica de programación neurolingüística conocida como el nombre de modelado. Básicamente se trata de analizar las estrategias de comportamiento de personas que obtienen resultados para posteriormente reproducirlas y por tanto obtener resultados similares. Pues bien, parte de la investigación previa que realizó David Allen para el desarrollo de GTD, fue analizar cuáles eran las estrategias de comportamiento que desarrollaban las personas altamente productivas, es decir, aquéllas que eran capaces de alcanzar los resultados que perseguían con altos niveles de eficacia y eficiencia, y por tanto modelarlas. El desarrollo de comportamientos productivos habituales, es decir, el desarrollo de hábitos productivos, es lo que de alguna manera marca la diferencia entre las personas que consiguen resultados y las que no.

Como comentaba en una de las últimas entradas del blog, nuestro cerebro funciona como cualquier sistema biológico organizado por niveles. En este sentido, las creencias juegan un factor decisivo a la hora de desarrollar comportamientos, que cuando se repiten de forma habitual y automática, se convierten en un hábito. Los hábitos pueden llegar a desarrollarse de forma natural al realizar ciertas actividades cotidianas, o bien a través de comportamientos inducidos. El problema está en que nuestro cerebro, como veremos más adelante, no es capaz de distinguir entre buenos y malos hábitos. Desde el punto de vista de la mejora de la productividad, el hecho de cambiar o desarrollar nuevos hábitos, requerirá de una gran dosis de compromiso y motivación, para lo que resulta crucial como dice Alfonso Alcántara, entender que la motivación no es tener ánimo sino tener motivos. Si quieres cambiar tus hábitos para conseguir mejorar tu productividad, tendrás que tener motivos aderezados de una gran dosis de compromiso.

Pero, ¿qué es exactamente un hábito? La wikipedia lo define como cualquier comportamiento repetido regularmente, que requiere de un pequeño o ningún raciocinio y es aprendido, más que innato. La definición nos lleva a pensar que un hábito no es más que es un comportamiento aprendido que se repite de forma habitual y automática. Siempre he pensado que lo innato está sobrevalorado. Las capacidades tanto neurogenerativas como neroplásticas del cerebro y la posibilidad de aprendizaje de los hábitos son una prueba de ello.

William James afirmó en 1892 que toda nuestra vida, en cuanto a su forma definida, no es más que un conjunto de hábitos. Tal y como confirma un estudio de la Universidad Duke del año 2006, más del 40% de nuestros comportamientos son automáticos, es decir, se deben a hábitos desarrollados durante nuestra vida, lo que nos aporta una perspectiva interesante para entender cuál es el efecto que se produce a largo plazo, debido a nuestros comportamientos habituales, es decir, a nuestros hábitos.

La investigación sobre el funcionamiento de los hábitos siempre ha resultado de interés a los neurocientíficos. En la década de los años 90, investigadores del departamento del Cerebro y Ciencias Cognitivas del MIT comenzaron a investigar a fondo el fenómeno y la repercusión de los hábitos en el comportamiento humano. Para ello realizaron cientos de experimentos con ratas de laboratorio. Los experimentos consistían en medir la actividad cerebral de las ratas cuando se las exponía a un comportamiento repetitivo. Una de las deducciones más interesantes a las que llegaron tras sus experiencias, es que cuando las ratas aprendían un comportamiento, la actividad de su cerebro disminuía, dado que dicho comportamiento parecía almacenarse en una estructura cerebral conocida como ganglios basales. El proceso mediante el cual el cerebro convierte una secuencia de acciones en una rutina automática se conoce como fragmentación, y es la causa de formación de los hábitos tal y como cuenta Charles Duhigg en su fantástico libro de investigación. Toda la actividad relacionada con el comportamiento complejo se desarrolla en la parte frontal, y sin embargo, las actividades más automáticas que desempeñamos en nuestro día a día se manifiestan en la parte más primitiva de nuestro cerebro, es decir, la zona en la que se une el cráneo y la columna vertebral, que es la zona donde se encuentran los ganglios basales.

Según los científicos, los hábitos surgen porque el cerebro está constantemente empeñado en ahorrar energía y por tanto en ser eficiente, de ahí los comportamientos automáticos. Esto explica por ejemplo que nos podamos levantar de madrugada, y sin prácticamente actividad cerebral, vayamos a la cocina, cojamos un vaso, lo llenemos de agua, lo bebamos y volvamos a la cama como si nada. Realmente mágico.

Nuestros ganglios basales son los encargados de decidir cuándo desempeñamos un comportamiento automático o cuando no. Si esto no fuese así nuestro cerebro estaría siempre en reposo y resultaría realmente trágico la inacción ante situaciones de emergencia como la presencia de un depredador o el peligro de caída ante un precipicio. ¿Pero cuál es el proceso que sigue esta estructura cerebral para determinar la activación o no de un hábito? Según las investigaciones científicas a las que hace referencia Charles Duhigg, el proceso funciona a través de un sencillo bucle de tres pasos:

  • Se produce una señal que sirve como detonante y que informa a nuestro cerebro de que tiene que ponerse en modo piloto automático y por tanto desencadenar un comportamiento habitual. Estas señales pueden ser de cualquier tipo, visuales, sensoriales, emocionales, etc
  • En segundo lugar se desarrolla una rutina
  • Y en tercer lugar una recompensa que sirve para decidir si vale la pena o no recordar ese comportamiento para su reproducción futura.

Cuando este bucle se repite, se automatiza y se guarda en la base de datos de hábitos que parece estar en los ganglios basales. Debido al funcionamiento de nuestro cerebro, salvo que seamos capaces de encontrar rutinas alternativas, seguiremos reproduciendo los comportamientos habituales de forma automática. De ahí la importancia de atacar las rutinas.

Es importante tener en cuenta que los hábitos nunca llegan a desaparecer de nuestra estructura, lo que por otro lado tiene una gran utilidad. Imagina que tras varios meses sin conducir, tuvieses que aprender de nuevo a hacerlo. El cerebro siempre espera una señal y una recompensa, de ahí que no sea capaz de diferenciar entre hábitos buenos y malos. Esto explica que nos cueste tanto desarrollar hábitos complejos. Sin estos bucles, nuestro cerebro acabaría por cerrarse, abrumado por la infinidad de actividades que desarrollamos todos los días en nuestra vida cotidiana, tanto internas como externas.

Recuerda, el cerebro no diferencia entre buenos y malos hábitos. Simplemente desea disminuir su actividad al máximo para poder estar preparado para ante posibles necesidades o amenazas. Eres tú el que ha de decidir mantener o generar aquellos hábitos que realmente te hacen ser eficaz y eficiente y por tanto productivo. Tal y como dice un proverbio árabe, el hábito es al principio ligero como una tela de araña, pero bien pronto se convierte en un sólido cable. ¿Quieres realmente mejorar tu productividad? Comienza a tejer tus hábitos productivos.

Esta entrada Hábitos productivos: ¿Qué son realmente los hábitos? has sido publicada por Antonio José Masiá