Conmigo las cosas nunca son claras. Me voy, regreso. Salto, corro y me escondo. Ojalá fuera al revés y siempre me entendieran. Pero así es el loco. Nadie entiende nada. Me veo en el espejo y saltan los ojos y la boca se me escurre y veo mi cráneo radiante y mis ojos oscuros. Perdí las orejas. Hablo pero no escucho si digo algo. La distancia entre ese que se supone soy yo y este que aquí está es infinita e intransitable.
Supongo que no siempre fue así. En el pasado todos estaban locos. Entonces no había problema. Todo se resolvía en el caos y la violencia. Añoro esos tiempos que me rebasaron. Caí en este cerco de la razón, el lenguaje, la moral... Ahora no sé qué hacer, a dónde dirigirme, qué faro seguir. Y así ando, dando tumbos entre palabras ajenas, sables voladores, dardos ponzoñosos.