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El diálogo cumple muchos roles en nuestra novela:
Revelar el carácter de nuestro personaje.
Hacer avanzar el argumento.
Conseguir que los personajes se vean más reales.
Dar una sensación desarrollo de la acción.
Aportar información de forma dinámica.
Y además es fácil y rápido de leer. Rompe el gris de la página, creando espacios en blanco que hacen a su novela más atractiva. Si usted ve a alguien hojeando una novela en una librería, hay una buena posibilidad de que esté mirando qué tan densa es la narración y cuánto diálogo contiene. Y en esas páginas se detendrá a leer.
Por desgracia, con el diálogo es demasiado fácil equivocarse. Aún en libros editados se pueden encontrar errores, gran número de escritores profesionales aún no logran hacerlo siempre bien. No importa si usted es un escritor novel o uno establecido, seguramente ha cometido alguna vez, estos errores (como yo).
1. Ser demasiado formal
Incluso si usted es un purista de la más finas gramática en su prosa, la gente real no habla como en los libros de texto. Dicen cosas como:
- Yo y el Carlos vamo’a comprá.
- Me se cayó el lápiz.
- Alberto subió arriba recién.
Sabemos que lo correcto sería:
- Carlos y yo vamos de compras.
- Se me cayó el lápiz.
- Alberto subió recién.
Pero no todos nuestros personajes hablarán correctamente. Debemos tener en cuenta que estos errores que tanto nos molestan quedarán bien en la boca de alguno de ellos. Habrá momentos en los que desearemos que un personaje hable de forma precisa y correcta, pero eso dará a los lectores fuertes señales de su personalidad. Quizás sea elegante, esté esforzándose por dar una buena impresión o sea simplemente un estirado. Otro aspecto similar es la longitud de las frases. Los personajes no deberían hablar con frases complicadas o dar largos y enredados discursos. Nadie lo hace (en su día a día). Si a usted le cuesta “sintonizar” diálogos que suenen reales, intente grabando algunas conversaciones y escuchando cómo la gente habla en realidad.
Por otro lado…
2. Ser demasiado realista
También es un error que, huyendo de la formalidad, pase a hacer el diálogo una reproducción literal de cómo se habla. Usted terminará llenando las frases de “umms”, “ehhs”, dudas y puntos suspensivos. Eso creará tantas interrupciones que será difícil seguir el hilo de la conversación. Quizás hasta sea un diálogo transcrito palabra por palabra de un hecho real, pero hará parecer a su personaje tremendamente indeciso y desorientará a sus lectores.
- Uhh, la verdad… ehhh… es que no sé… en realidad sí, vamos, vamos a ese parque.
Habrá ocasiones en que busquemos que un personaje dude, se muestre indeciso o confunda y repita palabras, pero hay que tener en mente las señales que eso envía al lector. ¿Su personaje está muy nervioso o quizás está mintiendo?
3. Utilizar demasiadas etiquetas de diálogo, o demasiado largas
La etiqueta de diálogo es la pequeña frase que nos dice quién está hablando, como “dijo Juan” o “preguntó María” o “contesté”.
Algunos escritores se preocupan pensando que si siempre utilizan el “dijo Juan”, “dijo ella”, será muy aburrido, entonces intentan variaciones del tipo: “Opinó él”, “Gritó María” o “exclamó”. Luego intentan diferenciarlas agregando adjetivos, como: “dijo él despectivamente”, “exclamó ella vehemente” o “susurró casi inaudiblemente”.
En general las etiquetas más comunes están bien, los lectores casi ni las notan, excepto para saber quién habla. Utilice con preferencia “dijo”, “preguntó”, “contestó”, y en ocasiones “murmuró”, “susurró” o “gritó”.
Si le parece que está utilizando demasiadas etiquetas de diálogo, un truco es pegar la frase a una acción previa que no deje dudas de quién habla:
María bajó corriendo las escaleras. “¡No puedo encontrarlo por ninguna parte!”
Roberto se palpó los bolsillos. “Yo tampoco los tengo.”
4. Utilizar fonética
Si tiene un personaje con un marcado acento, quizás esté tentado de remarcarlo cada vez que abre la boca, en cada línea que dice. Mucho cuidado aquí, si desea sazonar el discurso del personaje con apostrofes y deletreo creativo, esto hará más difícil la comprensión del lector. Incluso puede dar la infortunada impresión de que se quiere burlar de la gente de esa región, de esa clase o raza.
En lugar de utilizar fonética, trate de incluir ocasionalmente palabras en dialecto, o un modo distintivo de ordenar la frase, reforzando así un particular patrón de habla (todos recordamos al Maestro Yoda por eso, ¿No?)
5. Repetir demasiado los nombres
En la vida real no utilizamos los nombres de nuestros interlocutores muchas veces en una conversación, aunque haya más personas involucradas. Decimos “Hola Rosa” cuando llegamos, o “Un placer conocerte, Carlos”, pero no estamos repitiendo su nombre cada vez que nos dirigimos a la misma persona.
En la ficción, sin embargo, es común encontrar personajes que hablan así:
- Hola Anita, ¿está siendo un día movido?
- No demasiado, Marce. ¿Me has conseguido esas entradas?
- Lo lamento, Anita, se habían acabado.
La conversación suena entonces artificial y un poco forzada por parte de los dos personajes. El problema surge cuando los escritores quieren evitar el uso de las etiquetas de diálogo. En realidad es mucho menos intrusivo agregar un par de etiquetas más que tener a nuestros personajes constantemente repitiendo el nombre de su interlocutor. Los lectores pueden seguir el hilo de una conversación con pocas etiquetas, sólo en las líneas que se presten a confusión.
6. No incluir ninguna narración
Como vimos en el punto número 3, una de las formas de evitar el uso excesivo de las etiquetas de diálogo era incluir una acción. Podemos hacer lo mismo incluyendo pensamientos de nuestros personajes, de esta manera:
Julia no soportaba a Walter, pero simulaba una sonrisa. “Hola. Un gusto verle por aquí.”
O agregando descripción, como:
El bar era oscuro, pero a su mesa llegaba el resplandor de las luces de la calle. Marcela pudo ver las manchas en la pared y los arañazos en los muebles. “¿Vienes aquí a menudo?”
Algunos escritores, sin embargo, parecen entrar en “modo hablado” y ponen línea tras línea de diálogo sin más soporte que unas cuantas etiquetas. Mezclando acción, pensamientos del personaje, descripciones (no necesariamente en cada línea, pero ocasionalmente) podrá mejorar los diálogos y agregar niveles de significado.
7. Todos los personajes suenan igual
Cada uno de nosotros tenemos diferentes formas de hablar, pero algunos autores hacen que en sus historias todos “suenen” exactamente de la misma manera. Esto podría funcionar si la historia transcurre con personajes de un grupo homogéneo (en una clase de segundo de bachillerato, en una unidad de soldados de élite) pero suena raro si los personajes difieren en edad, educación, origen o clase.
Para cada personaje hay que tener en cuenta:
Cualquier frase habitual que utilice. No hay que abusar de esto, pero puede ser útil para reafirmar un personaje en la mente del lector.
Las palabras que no usa. Por ejemplo nunca utiliza malas palabras y en su lugar usa exclamaciones extrañas o graciosas (¡Santas castañuelas, Batman!)
Lo elocuentes que pueden ser. O no ser. Algunos personajes tendrán el don de la expresividad, otros no dirán demasiado o hablarán de forma extraña (En los libros de Lee Child, cuando alguien comenta algo al personaje principal, Jack Reacher, muchas veces aparecen las frases “Reacher no dijo nada” o “Reacher permaneció en silencio”)
Lo educado y correcto que se expresan. O todo lo contrario. ¿Hablan suave y piden por favor o ladran órdenes e insultos a diestra y siniestra?
8. Utilizar mal el diálogo indirecto
No todas las conversaciones en su novela necesitan ser dichas frase por frase en voz alta. Algunas veces usted quiere dar al lector una referencia rápida y lo puede hacer con el diálogo indirecto, de ésta forma:
Marcos y Pedro hablaron un buen rato del partido de fútbol del viernes. Marta se aburrió y fue a la barra por otro trago.
Esta es una muy buena manera de hacer saber al lector que se desarrolla una conversación sin dar todos los detalles. Un error sería el no utilizar nunca el diálogo indirecto y reproducir palabra por palabra todos los comentarios sobre ese partido dejando al lector más aburrido que a Marta. Algunos escritores dirían que este consejo está en contra del “muestra, no cuentes”, pero en algunos casos “contar y no mostrar” está completamente justificado.
El gran problema es cuando conversaciones importantes son “sintetizadas” de esta manera:
Teo tuvo un gran enfrentamiento con su madre, por causa de la carta que enviaron de la escuela, y ella le prohibió usar la Play hasta que hubiera hecho toda la tarea. Él le dijo que la odiaba y subió corriendo las escaleras.
En este caso las palabras que se dicen son importantes. El lector querrá juzgar por sí mismo si el chico es un completo maleducado o si su madre reaccionó de forma exagerada. Además son mucho más efectivas las palabras en este caso, para sostener la tensión dramática.
9. Explicar demasiado
Algunos escritores se preocupan demasiado por que el lector entienda sin lugar a dudas el diálogo, y deciden explicar cada frase:
- ¡Te odio! – Gritó Teo mientras corría escaleras arriba. Estaba realmente furioso con su madre, sentía que estaba siendo injusta.
La frase final sobra. Es obvio el estado de ánimo de Teo y es relativamente sencillo que el lector adivine la razón. Cuando usted explica demasiado consigue irritar al lector: él es perfectamente capaz de entender el subtexto y encontrar por sí mismo pequeñas pistas para hacerse una idea de las emociones detrás de lo que el personaje dice.
Seguramente habrá ocasiones en que será necesaria una explicación sobre lo que el personaje piensa, pero estas serán la excepción, no la regla.
Hay escritores célebres por su utilización del diálogo como Ernest Hemingway, Raymond Chandler, Umberto Eco y Julio Cortázar pero como ejemplos me vienen a la memoria dos referencias extraliterarias: Las películas de Quentin Tarantino (en especial Pulp Fiction) y la serie Gilmore Girls (Las chicas Gilmore en España) donde la utilización del diálogo es simplemente brillante.