Y en esas que Messi tras recibir el trofeo que le acredita como máximo goleador de la liga española, tomó la palabra.
Se escoró a la derecha(cuando todos nos quejábamos de que tenía que jugar por el centro) y desde allí mandó, dirigió, asistió y al final marcó el gol de la tranquilidad, una tranquilidad que nos había birlado Undiano Mallenco inventándose un penalti tan ridículo que hasta a él y a los que lo ponen a arbitrar debería avergonzar si tuvieran la capacidad para hacerlo.
Un grito más apagado pero lleno de vida lanzó Rakitic pidiendo la titularidad porque hace lo que sabe hacer, porque defiende, porque roba balones y porque es capaz de dar equilibrio y velocidad, sin tener que elegir entre ambas virtudes.
Mientras, en el banquillo, Luis Enrique, con cara de sentenciado parecía agotar sus últimos momentos en su club, agobiado, incapaz de salir en la rueda de prensa a defender a Messi, manteniendo artificialmente la distancia, aunque, eso sí, con menos ironía y más educación que en otras ruedas de prensa.
Dejó las cosas en el aire, y su rostro y sus palabras nos hablaban de tristeza, de decepción, de estar más fuera que dentro, pero también de querer despedirse con un gran triunfo, y si el respeto se impone, con un equipo así y con alineaciones coherentes, soñar sigue estando al alcance.
Ayer con los goles del tridente, con el gran trabajo del mediocampo y pese al colegiado de turno(otra vez Undiano, disfrazado de Mateu Lahoz) dio buena cuenta de un gran equipo que ayer no fue capaz de demostrarlo.
Y hablando de Undiano, hora es ya de que los que malgobiernan el arbitraje español lo aparten del servicio activo. Es un peligro en un terreno de juego.
Ayer hubo dos claros penaltis a favor del Barça y no señaló ninguno.
Estoy seguro de que verlos, los vio.
Pero no quería volver a la nevera.