Antes de nada una aclaración nada baladí. Queridas compatriotas de madresfera, parir no es una competición. No puntúa para el ranking ni es reconocido por el COI como deporte olímpico. Es más, hasta que se demuestre lo contrario, parece que el número de cesáreas, partos respetados o expulsiones con fórceps tampoco computa para el pagerank de Google. Se siente. Parir es y será siempre algo muy personal de cada una.
Aclarado pues que traer niños al mundo no es un deporte oficial ni oficioso ¿Por qué tenemos equipos? ¿Qué o quién me obliga a mí posicionarme o bien con las del parto respetado o con las del parto protocolarizado? ¿Podría quizá no entusiasmarme la episotomía sin llegar a parecerme un acto de violencia obstétrica? ¿Es posible que me interese simultáneamente el bien de mis hijos y el mío propio? ¿Puedo a lo mejor aspirar a tener un parto tirando a natural en un hospital tirando a bueno?
He de decir y digo que he tenido cuatro partos espontáneos, eutócicos, vaginales, cefálicos, sin complicaciones y con resultados satisfactorios de bebés bastante resultones todos ellos. Dos de los citados alumbramientos acontecieron en Madrid en un hospital privado de cierto renombre. Lo elegí por tener UCI pediátrica y especialistas de casi todos los gremios neonatales.
Me atendieron estupendamente. Me pusieron mis enemas, mi oxitocina y mi epidural. Me rompieron sendas bolsas, me hicieron mi primera episotomía y casi me hacen la segunda. No me dejaron comer ni beber y me practicaron un higiénico rasurado de mis partes no tan nobles. Esto no fue óbice para que me embargara una felicidad infinita al nacer tanto La Primera como La Segunda. Considero que todo el personal involucrado hizo un gran trabajo y en particular la matrona que por azar fue la misma en ambas ocasiones. No me cabe la menor duda de que intentaron en todo momento velar por mis intereses y los de mis hijas con todos los medios y recursos de los que disponían. Fueron a todas luces buenos partos en un buen hospital y pude establecer sendas lactancias exitosas y duraderas.
Hete aquí que la fortuna hizo que La Tercera y La Cuarta vinieran al mundo en la capital de Baviera. Siguiendo lo que ya era un vicio más que una costumbre, elegí el hospital con la UCI neonatal de más prestigio . Me atendieron estupendamente. No me pusieron enemas, ni oxitocina, ni epidural. No me rompieron bolsa alguna, ni me dieron ningún punto. Me dejaron forrarme a sólidos y a líquidos y no me tocaron ni un pelo de mis santas partes. Una vez más volvió a embargarme una alegría incomparable al nacer mis niñas. Considero que todo el personal involucrado hizo un gran trabajo y en particular las matronas. Tampoco me cabe la menor duda de que lo hicieron todo lo mejor que pudieron y supieron con los recursos que tenían. Fueron a todas sombras unos buenos partos en un buen hospital y pude establecer sendas lactancias exitosas y duraderas.
Nadie violó mis derechos obstétricos en Madrid ni tuve que renunciar en Munich a unos recursos médicos y hospitalarios de calidad para dar a luz de rodillas en suelo cuando y como me dio la gana.
Ahora bien, si en un momento de enajenación mental nos diera por encargar La Quinta me gustaría dar a luz a mi ritmo, sin oxitocina, sin epidural, de rodillas en el suelo, gritando cual cochino jabalí en el momento culmen mientras le estrujo los dedos a El Marido. Querría recoger a mi niña del suelo, ponérmela al pecho desnudita y quedarme así una hora sin que nadie nos moleste. A media luz. En silencio.
Y todo esto me gustaría hacerlo en un buen hospital, con el quirófano bien a mano, con mi matrona apoyándome y ayudándome mientras el ginecólogo vigila en un segundo plano con el bisturí bien afilado y el anestesista en el pasillo por si la cosa se pone fea.
Pero este es mi sueño y no tiene porqué ser el suyo.
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