ADVERTENCIA: No seguir leyendo si usted es muy fan del expresidente colombiano Álvaro Uribe.
No seguir leyendo si usted es muy fan del exjuez Baltasar Garzón.
“Hablemos de paz y de derechos humanos” es un concepto precioso, pero un nefasto nombre para un programa de televisión. Primero, porque es más largo que un día sin pan, y segundo, porque una cosa es ser directo y otra no dejar absolutamente nada a la imaginación. Pues eso, “Hablemos de paz blablablá” es el nuevo programa conducido por uno de los más famosos periodistas de Colombia, Pedro Medellín, y por Baltasar Garzón. Sí, sí, parece que Garzón, después de su situación en España y de sus 10 años de inhabilitación, se ha mudado a la capital bogotana, con la que le une una profunda relación.
Todo pintaba bien, el programa tuvo mucha expectación, e incluso Canal Capital, el canal que lo va a emitir semanalmente, llegó a ser TT en el país.
Pero el morbo no lo crearon los conductores del programa (qué le importa a los colombianos la injusticia que se cernió sobre el exjuez), sino por el primer invitado. Álvaro Uribe. Expresidente del gobierno y, seguramente, una de las personas más difíciles de entrevistar de todo el mundo. Uribe es un continuo anuncio publicitario de sus políticas. Y es “paisa”, de Medellín, gente absolutamente encantadora, pero famosos por vender hielo en el polo norte. Es un hueso difícil de roer y hay que estar preparado.
No puedo achacarle a Baltasar Garzón que no actuara como periodista, porque no lo es, pero debería haber sabido dónde se metía. Hubo tensión. Hubo tensión porque no tenerla con Uribe es absolutamente imposible.
Les cuento que muchas ONG han denunciado las violaciones de derechos humanos y las vinculaciones del colombiano con el paramilitarismo. A Garzón lo acusaron de escuchas ilegales. Pues bien, Uribe se dio el gustazo de decirle a la cara al español “usted ha sido acusado, y sabe cómo funciona la infamia”. Y se quedó tan ancho, comparando unas acusaciones con las otras. Ups, eso me dejó helado. Pasó el tiempo. “Yo no soy Fujimori ni Pinochet, doctor Baltasar”, dijo también el expresidente, en un momento en que Garzón estaba intentando pincharle un poco. Y durante 120 minutos Uribe se los comió con papas fritas o con arepa y fríjol, con un argumentario fascista y minando el proceso de paz que se va a abrir ahora mismo. Y la contraparte parecía muerta de miedo, sin agallas de decirle bien claro: señor Uribe, eso no es así.
Aún así me lo tregué entero, porque aún con mis críticas al panfilismo de Garzón, las pocas veces en las que el otro señor lo dejó intervenir, habló razonable e inteligentemente, como siempre. Y con mi sabor agridulce le deseo que le vaya bien en este país, que no es el más adecuado para hablar de democracia legislativa. Pero visto lo visto, España tampoco es el mejor ejemplo. Espero que Garzón aprenda y pueda convertirse en un buen referente en la sociedad colombiana. ¡Pero que no se meta en líos!