Pero el caso es que ahí estaba. Dando un discurso histórico y enfrentándose a la inmortalidad.
Les confieso que a mi me importó poco. Muy poco.
Porque a esas horas yo andaba con mis cosas, que sin duda no tendrán la transcendencia histórica del momento de arriba narrado, (aunque quien sabe…. todo es posible) pero que aseguro, para mi, eran infinitamente más importantes.
Te quiero, Diego. Feliz día.
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