En la memoria de mi vida he llegado hasta este día llevando encima como tantos la tragedia de ETA. Tengo un recuerdo vago de la muerte de Carrero Blanco. Muy vago, es cierto. Pero ese es el primer acontecimiento sangriento que se conserva en mi mente. Era muy pequeño. Un catarro persistente me había llevado a la cama. Frente a la despreocupación de mi padre tengo grabado el rostro de mi madre, agobiada por la incertidumbre que podía venírsenos encima.
Luego crecí. Y me siguió acompañando la sombra de las malas noticias que la radio, a través de lo que en mi casa siempre recibió el nombre de "parte", transmitía habitualmente. "Pon el parte", me decía mi madre para que sintonizara la emisora de Radio Nacional. Coches bomba, tiros en la nuca, secuestros...
Cuando se estaba construyendo la central nuclear de Lemoniz secuestraron y mataron a un ingeniero que se apellidaba Ryan.
Hubo una tarde en que en el garaje de un Centro Comercial de Barcelona saltó por los aires. Murieron más de veinte personas.
Recuerdo también el día en que un coche bomba hizo saltar por los aires un autobús lleno de guardias civiles en la Plaza de la República Dominicana, en Madrid. Murieron doce agentes.
En mi época de estudiante en Francia se desarticuló por primera vez la cúpula de de la organización etarra. Fue cuando detuvieron al famoso Pakito. Poco antes, mientras estudiaba en mi habitación de la rue d´Astorg, había sabido de la muerte del catedrático Manuel Broseta Pons.
No me olvido de la guerra sucia, que también entró en tromba para quedarse en mis recuerdos. Ni de la promovida por la extrema derecha ni de aquella otra que no se supo o no se quiso cercenar. No me olvido de aquellos a los que al margen de la legalidad "se les fue la mano" y acabaron recurriendo a la tortura, a las fosas y a la cal.
Son los momentos terribles de una historia también terrible, la de mi país. Un pasaje negro que se fraguó durante la dictadura del general Franco y que continuó durante la restauración democrática hasta acumular 858 muertos.
Todo parece haber acabado. La fecha del 20 de octubre de 2011 pasará a formar parte del relato de hechos notorios y acontecimientos felices de nuestro país.
Habrá ahora que superar sin duda la amargura de tanto crimen, de tanta víctima. Habrá que derrotar también a los que, de un modo u otro, han hecho caja electoral y obtenido rédito político a costa de la sangre; igualmente a los que han incendiado el ánimo ciudadano hasta límites insospechados; y cómo no, a los que en definitiva se acostumbraron a convivir con la muerte y la echarán en falta. Habrá que hacer todo eso y mucho más, sin duda. Porque, por fin, vencida la violencia, llega el momento de hacer la paz.Et si omnes, ego non.