Hoy te quiero contar otra historia que también me acompaña extraída de otro libro. Y que te viene que ver con algo parecido: la falta de confianza en nosotros. De cómo la gente se fija metas pequeñas porque se siente pequeña (no porque lo sea). No es un tema de incapacidad, sino de creencia sobre su incapacidad. Creer que uno puede hacer algo, te moviliza para ir a por ello; creer que uno no puede, te paraliza por la misma razón.
La historia dice así.
«Primavera de 2005, Princeton, New Jersey.
Tuve que sobornarles. ¿Qué otras opciones tenía? Formaron un círculo a mi alrededor y, aunque la formulaban de distintas maneras, la pregunta siempre era la misma:
— ¿Cuál es el desafío?
Todas las miradas estaban fijas en mí. Mi clase en la Universidad de Princeton acababa de terminar, despertando ilusiones y entusiasmo. Al mismo tiempo, yo sabía que la mayoría de los estudiantes saldrían de allí y harían de inmediato lo contrario de lo que yo había predicado.
La mayoría acabaría currando 80 horas semanales a cambio de un buen sueldo a menos que yo les demostrase que los principios de la clase podrían aplicarse a la vida real.
Ahí es donde entra el desafío. Ofrecí un billete de ida y vuelta a cualquier lugar del mundo a cualquiera que llevase a cabo un desafío indefinido de la forma más personal posible. Resultados y originalidad. Les que dije que los interesados se reuniesen conmigo después de clase y allí estaban, casi 20 de una clase de 60.
La tarea estaba pensada para sondear los límites de su zona de comodidad, obligándoles a aplicar algunas de las tácticas que enseño. Era sencillísimo: contactar con 3 personas a las que aparentemente fuese imposible contactar —Jennifer López, Bill Clinton, J. D. Salinger, me daba igual— y conseguir que al menos uno de ellos respondiese a tres preguntas.
De 20 estudiantes, todos ellos salivando por ganar un garbeo gratis por el mundo, ¿cuántos aceptaron el desafío? Exacto... ninguno. Ni uno. Hubo excusas de todo tipo como: «No es tan fácil conseguir que alguien...» ; «Tengo un trabajo importante que terminar y...»; «Me encantaría, pero no puedo hacerlo...».
Sin embargo, la razón de no hacerlo era una, aunque repetida con distintas palabras. Era un desafío difícil, quizás imposible y los demás estudiantes les ganarían. Como todos sobrevaloramos a la competencia, ninguno apareció.
Según las reglas que yo había fijado, si alguien me hubiese enviado aunque fuese un papel con un párrafo ilegible, habría estado obligado a darle el premio. Este resultado me dejó a la vez fascinado y deprimido.
Al año siguiente las cosas fueron diferentes. Conté lo ocurrido en el curso anterior a modo de advertencia y 6 de 1os 17 estudiantes finalizaron la misión en menos de 48 horas. ¿El segundo grupo era mejor? No. De hecho, en el primero había estudiantes más brillantes, pero no hicieron nada. El segundo grupo se creyó a pies juntillas lo que les dije antes de empezar, que era...
Hacer lo ‘insensato’ es más fácil que hacer lo ‘sensato’
Desde contactar con multimillonarios a celebridades —el segundo grupo hizo ambas cosas— si crees que puedes hacerlo, lo harás. El 99% de la gente de este mundo está convencida de que es incapaz de lograr grandes cosas, así que aspiran a ser mediocres. El grado de competencia para alcanzar metas ‘realistas’ es, por tanto, feroz, lo que paradójicamente hace que conseguirlas exija más tiempo y más energía. Es más fácil reunir 10 millones que 1 millón. Es más fácil ligar con la chica espectacular del bar que con las cinco guapas.
Si eres inseguro, ¿sabes qué? El resto del mundo también. No sobrevalores a la competencia y te minusvalores a ti. Eres mejor de lo que crees. Las metas insensatas y poco razonables son más fáciles de conseguir. La pesca es mejor donde hay menos pescadores y la inseguridad colectiva del mundo hace más fácil ganar por goleada si todos los demás quieren empatar. Es así: hay menos competencia para lograr metas grandes».
Sobran las palabras. Acabo con una idea recogida en Aprendiendo de los mejores que refleja lo contado: «La competencia nunca está en los niveles de excelencia; la competencia está en los niveles de mediocridad». Ahora tú decides, pero como decía el conocido inversor húngaro Kostolany, autor de El fabuloso mundo del dinero y la bolsa: «Quien añora pequeñeces no merece grandezas».
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* Hoy te dejo el artículo 30 lecciones de los mejores que no te puedes perder, de Esmeralda Díaz-Aroca (@joniaconsulting), Personal Brand Manager, con un extracto de frases del libro.
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