La frase de George Bernard Shaw, «El que sabe, hace; el que no sabe enseña» resulta crispante e incómoda para los que hemos sentido la vocación docente. El problema es si las estadísticas le dan la razón. Pienso en ello y me digo que ni loca me dejaría tocar por un cirujano que pasara el 80% de su tiempo enseñando y solo el 20% en el quirófano. Tampoco me dejaría defender por un gran catedrático en derecho que no ha practicado en los juzgados e incluso no contrataría a un formador en jardinería, albañilería o electricidad pudiendo elegir al jardinero, albañil o electricista del barrio. La práctica, el saber hacer, la experiencia profesional, infunde confianza. La teoría inspira admiración y un cierto respeto que, en ocasiones, es más bien distancia. En mi experiencia de la vida el que sabe hacer no enseña. Es cierto que tal vez será un negado para explicarme cómo lo hace, pero, como no podré ser cirujano, abogado o albañil… me basta con que me lo haga perfecto, aunque no consiga entender ni su nombre.
En Musicología parece más compatible hacer y enseñar, pero no conozco ni un solo caso que, habiendo tenido la posibilidad de vivir de la investigación haya dicho: — Oye, no, lo dejo, porque prefiero el contacto con los alumnos.Ni uno. Participar en un seminario de doctorado, mejor que de máster, y de máster mejor que de Grado sí, pero dejar el Consejo de Investigaciones Científicas o sus equivalentes internacionales para meterse cuatro días por semana en las aulas ni un caso.La frase de Bernard Shaw tal vez se hace realidad a la inversa. Me explico. Yo la formularía de otra manera: «el que enseña deja de hacer». Son muchos los instrumentistas que ganan plazas docentes en su mejor momento, tocando un buen número de veces al mes. Pasa el tiempo y dejan de tocar en público, dejan de aprender nuevo repertorio. Es extraño, porque, si uno se pasa el día corrigiendo la posición de mano de los demás, su forma de interpretar, etc., te debería ser más sencillo autocorregirte y estudiar. Y lo es, el problema es que no te pones. No te pones porque es bastante complicado pasar del estado mental en el que uno trabaja la técnica e interpretación de otro a la propia. En Musicología pasa algo similar: alumnos que acaban la carrera con ritmo vertiginoso, con unas ansias de congresos, publicaciones y doctorado casi enfermiza consiguen —en parte por ese fenomenal interés— una plaza docente o, por seguridad, se sacan las oposiciones tales o cuales. A los 8 años siguen sin defender la tesis.
En resumen, he visto docentes que sabían enseñar y hacer, pero a los que, el peso de los años de docencia les dejaba exhaustos y yermos. Creo que, a fuerza de estar pensando en cómo ayudar a los otros, uno se vuelve incapaz de mejorar hasta su propio CV. Y eso, sin contar en qué circunstancias se enseña ahora. Para empezar, la falta de plazas. Para seguir la ausencia de unas líneas de actuación coherentes y equitativas con todo el profesorado. Una de las cosas que más me ha sorprendido en España es que se mide con diferente rasero a los profesores y he visto penalizar opiniones docentes antes que incumplimiento de horarios.