Un momento. Esto no me suena. Por aquí no he venido. No me suena este tronco atravesando el torrente, ni este musgo en las rocas. O sí. ¿he visto esto al subir? No me suena. Mierda, me he saltado una de las señales, las rayas paralelas. ¿En qué iba pensando? En Judas, en apóstoles, en romanos, en que para hacer calzadas hay que tener tiempo libre y para tener tiempo libre tienes que tener la comida asegurada. Tengo que volver sobre mis pasos, hasta la primera curva en la que seguro que está la señal que me he pasado. No está. Subo hasta la siguiente, seguro que en ese recodo está el desvío. No. En el siguiente, en el siguiente. Quizás no me había equivocado, quizás los caminos de montaña son distintos a la ida que a la vuelta, en invierno que en verano, con nieve y en primavera. Quizás yo he cambiado al bajar. Al volver. Vuelvo sobre mis pasos, llego a la roca que no me suena, al tronco que no reconozco, al río que no recuerdo haber cruzado. Camino pensando que llegaré a alguna parte. A dónde sea. Me acuerdo de Pulgarcito, no era un cuento tan tonto.
Llego a las ruinas, enfilo la bajada, veo mi casa. «Un escritor tiene que ser capaz de hacer un árbol con unos muebles» ¿Dónde he leído eso? Quizás de estos pasos consiga hacer un post.