Hacía calor. El curso había terminado, pero había asuntos que ir arreglando antes de que llegara septiembre y volvieran a empezar las tenidas. El Venerable saliente y el entrante estaban sentados en un par de sillas en el Oriente. Quien abandonaba el cargo relataba y quien lo asumía iba anotando.
- Hay que comprar mandiles blancos, ya casi no quedan.
- De acuerdo... ¿Cómo está el Tesoro?
- No muy mal, teniendo en cuenta las circunstancias...
- Sí... Es importante que el nuevo Hospitalario mantenga y mejore en la medida de lo posible los actos de alivio a los desfavorecidos... ¿Tu experiencia de colaboración con otras logias ha sido bueno en este asunto?
- La verdad es que sí, los problemas no han sido de mayor importancia y se han ido... ¿Qué es ese ruido?
Salieron a la calle. Ninguno de los dos podía dar crédito a lo que estaban viendo: un vehículo blindado se había situado en medio de la plaza. Justo en ese momento comenzaba a abrir fuego contra el ayuntamiento.
Antes de que pudieran reaccionar, un grupo de hombres armados con fusiles y vestidos con camisas de color azul oscuro apareció por la esquina. Vieron con creciente alarma cómo se detenían por un momento, les señalaban y acto seguido comenzaban a andar decidida y sombríamente en su dirección.
Se miraron largamente, inquietos.
- Habrá algún problema más con la instalación, me temo... - dijo el Venerable entrante.
El saliente le miró en silencio en ese caluroso julio de 1936. Cuando el grupo de hombres con camisas azules estaba a punto de llegar donde se encontraban, dijo finalmente:
- No te preocupes. Haremos el encendido de las luces... tarde o temprano.