Hacia Tierra de Campos

Por Hogaradas @hogaradas

Por Hogaradas
La posibilidad de unos días de descanso fuera de casa siempre es un plan tentador, sobre todo si tienes la suerte de contar con ese perfecto compańero de viaje con el que cualquier aventura, por pequeńa que sea, siempre resulta una experiencia inolvidable.
Con la alegría de quien cuenta con unos días de descanso iniciamos nuestra andadura hacia Tierra de Campos, mientras los rayos del sol se introducían en el coche produciendo esa modorra típica de los calurosos días de verano, y el paisaje de nuestra querida Asturias se dejaba ver tan majestuoso e imponente como siempre.
Como copiloto tengo la suerte de disfrutar de cada uno de los diferentes matices que la naturaleza va descubriéndome a su paso, así que me dediqué a disfrutar del trayecto sin pensar en ninguna otra más que no fuera recorrer con mi vista todo lo que a mi alrededor era digno de ser observado.
Seguramente que la costumbre nos hace no apreciar cómo poco a poco va cambiando el paisaje, de una manera tan sutil que apenas sin darnos cuenta nos vemos inmersos en una realidad completamente diferente a la que dejamos atrás. De repente ante nuestros ojos se presenta un cielo inmenso e infinito, un techo pintado de un azul intenso del que es imposible averiguar dónde se encuentra su límite, su final.
El trayecto final siempre se nos hace aburrido y monótono, a pesar de que ahora las innumerables obras del nuevo tren convierten la carretera incluso en algunos tramos sinuosa, pero aun así opto por invitar a un nuevo compańero de viaje, así que Alejandro Fernández empieza a deleitarnos con su profunda voz y esos boleros de toda la vida que siempre resultan tan gratos de escuchar.
El calor va en aumento y aparecen los primeros peregrinos, siempre fieles al camino, en cualquier época del ańo, como formando ya parte de un paisaje que engalanan con su ir y venir, más o menos cansado, pero siempre con paso firme y decidido.
Este ańo los campos han sido tomados por los girasoles, todos en línea, en perfecta formación. Los girasoles pueden conformar uno de los paisajes más hermosos, o como en esta época, de los más desoladores y tristes. Quemados por el sol, ya casi sin vida, se presentan como una gran mancha de tono negruzco, de la que no queda ya casi recuerdo del esplendor de no hace demasiado tiempo gozaban.
Recuerdo un ańo en el que tuvimos la gran suerte de llegar en la época de florecimiento de los tulipanes, y ellos fueron los encargados de recibirnos, flanqueándonos a ambos lados de la carretera, rojos y hermosos, frágiles, quebradizos, preciosos campos cuajados de tulipanes que fueron un auténtico placer para nuestra vista.
Y por fin llegamos a casa, sabiendo que tras el portón siempre nos espera la sorpresa, porque la naturaleza habita en ese patio ahora más azul que nunca, casi como el intenso color del cielo que lo cubre, y en esta fecha más florido y mimado que nunca.
Ahora comienza el ritual con el que más disfruto, el que más espero, ese que jamás me defrauda, aunque aquí pierda la intensidad de una habitación de hotel, de un apartamento, de esos alojamientos desconocidos. Poco a poco voy sacando mis cosas y las voy poniendo aquí y allá, haciendo cada espacio un poco más mío, dejando un poco de mí con cada una de mis cosas.
Me asomo a la ventana, el patio se ve todavía más hermoso desde arriba, respiro hondo y me dispongo a disfrutar de este primer día.