En esa fecha, casi siete años atrás, el boletín titulaba su análisis: “El fin de Occidente como lo conocemos desde 1945”, y anunciaba “una crisis económica y financiera de una dimensión comparable a la de 1929”. Destacaba siete aspectos de la crisis que se estaba gestando: la pérdida de confianza en el dólar, la explosión de los desequilibrios financieros estadounidenses, crisis del petróleo, pérdida de liderazgo global de Estados Unidos, desconfianza del mundo árabe-musulmán, ineficiencia de la gobernanza mundial y creciente incertidumbre en la Unión Europea.
A la vista de lo ocurrido en los últimos siete años, pueden sacarse dos conclusiones iniciales: no estamos frente a una extraordinaria capacidad de predicción sino ante la utilización rigurosa de herramientas analíticas, entre las que destaca la capacidad de mirar en el largo plazo las grandes tendencias, aquellas que no se visibilizan si nos conformamos con pocos datos y del corto plazo. La segunda, es que en momentos de confusión como los actuales, podemos fiarnos de ese tipo de análisis que, aún sin creerlos infalibles, pueden orientar en momentos de incertidumbre.
Euforia en el caos
En febrero de 2006 el GEAB comenzaba a manejar el concepto de “crisis sistémica global”, quizá la más consistente de las herramientas de su arsenal teórico. Más adelante, en febrero de 2009, hablarán de la “desarticulación geopolítica mundial”, para referirse a la completa modificación de la arquitectura política construida por los países triunfantes en la Segunda Guerra Mundial, que tuvo sus manifestaciones en los acuerdos de Bretton Woods (por los que se crearon el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional), y en la creación de las Naciones Unidas, entre otros.
Cuando el GEAB anunció la crisis con epicentro en Estados Unidos, la Reserva Federal (FED) se aprestaba a dejar de publicar las cifras del M3, que hacen referencia a la masa monetaria que permite medir la liquidez o el dinero circulante. Para los analistas fue un momento de inflexión: en nueve años la masa monetaria se había duplicado. Además la FED dejaba de publicar los datos respecto a depósitos a largo plazo, acuerdos de recompra y datos de los depósitos en dólares en los bancos fuera de los Estados Unidos. Según analistas europeos esa decisión “podría convertir las inversiones al otro lado del Atlántico en un ejercicio de fe ciega en las declaraciones que haga la FED, más que en un ejercicio de toma de decisiones basada en datos económicos concretos” (Mario Mueller en oroyfinanzas.com 14 de noviembre de 2005).
Un pequeño hecho como éste, era capaz de revelar la profunda debilidad del dólar y de la economía estadounidense. Una situación que era, apenas, “indicador y factor central de la crisis sistémica global”. Por ésta entienden un cambio del sistema que, en rigor, comenzó en 1989 con la caída del muro de Berlín y el fin del sistema bipolar Estados Unidos-Unión Soviética. El haber comprendido que se transita una crisis sistémica, les permitió, “en un momento en que todos los indicadores económicos públicos estaban eufóricos”, anticipar la crisis en base al “análisis transdisciplinario” de un equipo de investigadores.
Caos en el caos
En estos siete años se sucedieron un conjunto de hechos que terminaron de debilitar la posición de Estados Unidos en el mundo. Quizá el hecho mayor sea la crisis de 2008 (anticipada por un puñado de analistas, entre ellos el GEAB), que determina varias transiciones globales. Sólo recordar algunas de las más trascendentes: en 2010, por primera vez desde que existen mediciones, los países emergentes superan a los desarrollados como receptores de inversión extrajera directa según el informe anual de UNCTAD. No fue un año excepcional, ya que la tendencia s confirmó en los tres años siguientes, sino un viraje de hondas repercusiones en el orden global.
En 2010 China destronó a Estados Unidos como la mayor potencia manufacturera, ya que su producción industrial representó el 19,8 por ciento de la mundial, mientras la de su competidor fue del 19,4 por ciento (France Presse, 14 de marzo de 2011). Los principales indicadores de la industria muestran un viraje profundo: China produce más de 20 millones de vehículos por año, frente a la mitad de Estados Unidos que siempre había llevado la delantera (en 2000, Estados Unidos fabricaba 10 millones de vehículos frente a dos millones de China).
En 2011 China se convirtió en la segunda potencia científica del mundo sólo detrás de Estados Unidos, cuya posición se erosiona, superando a todos los países de Europa, mientras países como Irán y Turquía desarrollan su sector científico a ritmos tan vertiginosos como los chinos (El País, 29 de marzo de 2011).
A mediados de 2011 la agencia S&P degradó la calificación de Estados Unidos, lo que debe considerarse como un punto de inflexión que confirmó que “lo imposible estaba plasmándose” (GEAB, 17 de diciembre de 2011). En 2013 llegó la quiebra de la ciudad de Detroit, anunciando que otros municipios seguirían sus pasos.
Más recientemente, el deterioro de la capacidad de liderazgo de Washington comenzó a ser reconocida por una asombrosa variedad de medios, que hasta tiempo atrás ignoraban el asunto. La intervención de Rusia en la crisis de Siria, forzando a Occidente a aplazar indefinidamente la intervención militar, fue anotada como un síntoma mayor de la decadencia estadounidense. A principios de octubre los analistas bromearon al comprobar cómo el “pivote Asia Pacifico” definido con toda pompa por la Casa Blanca, como la clave de su reposicionamiento estratégico para contener a China, fracasaba estrepitosamente.
La reunión del Foro de Cooperación Asia Pacífico (APEC) en Bali, fue la apoteosis para China cuando debería haber sido la puesta en escena del pivote por parte de Barack Obama. La situación interna le impidió viajar. La falta de consenso entre demócratas y republicanos, ha consumido todas las energías de la Casa Blanca. Los presidentes Xi Jingpin (China) y Vladimir Putin (Rusia) fueron las estrellas del encuentro de la APEC en Bali, donde el chino recordó sus deberes a la Casa Blanca, en el sentido de que no puede permitir un default.
Según Pepe Escobar en Asia Times, “China fue la estrella del show de APEC”, una alianza de 21 países que representa la mitad de la producción y el comercio mundiales (Asia Times, 8 de octubre de 2013). China es el mayor socio comercial de la región, cuestión que contrasta con el Acuerdo Transpacífico impulsado por Obama que, según Escobar, es “un gran chanchullo corporativo que reducirá los aranceles para beneficio únicamente de las multinacionales estadounidenses”.
Recuerda que APEC fue inicialmente un foro afín a Estados Unidos, cuando en la cumbre de Indonesia, en 1994, “un incontestable Bill Clinton parecía dictar el futuro de Asia Pacífico”. En contraste, “Obama ha estado demasiado ocupado girando hacia su persona en lugar de girar hacia Asia”. Por eso, cuando se realice la próxima cumbre de APEC, en 2014 en Pekín, para entonces Obama puede haber encontrado tiempo para girar hacia Asia, pero “para entonces será demasiado poco, demasiado tarde”.
El tobogán del dólar
El muy circunspecto Financial Times, portavoz del capital financiero, publicó un artículo titulado “Sistema basado en el dólar es inherentemente inestable” (Financial Times, 2 de octubre de 2013). El artículo firmado por Ousméne Mandeng, actual director del grupo de gestión de inversiones Pramerica, ex director gerente del banco UBS y ex jefe de división en el FMI, sostiene que el sistema monetario internacional no funciona correctamente y que el culpable es el dólar.
El problema, en su opinión, es que Reserva Federal “no es probable que subordine sus objetivos nacionales a las necesidades de la economía internacional” y que siendo el dólar una moneda nacional dominante en el mundo, debería existir una convergencia entre el emisor y el resto del mundo, “lo cual evidentemente no es el caso”. La desestabilizadora guerra de divisas en curso no encuentra organismos internacionales (FMI, G-20) capaces de apaciguarla, mientras “los políticos carecen de coraje para reformar las bases del sistema y se inclinan por jugar en los márgenes”.
Ante este panorama, Mandeng defiende la necesidad de “reducir la dependencia del dólar” para que la economía mundial funcione mejor, y de ese modo se puedan evitar “crisis cambiarias recurrentes y alta volatilidad de precios de los activos”. En suma, dice que “la economía internacional necesita más monedas” y que la diversificación ayudaría a la economía del mundo a sostenerse sobre una base más amplia y “protegerse contra las vicisitudes de la política nacional de Estados Unidos”. Una mirada sugerente, sobre todo porque proviene del núcleo del sistema financiero.
Es justamente lo que vienen haciendo cada vez más países en el mundo. Días atrás trascendió que India está trabajando en “la posibilidad de pagar a Irán por los suministros de petróleo con divisas como el rublo, el yuan o el yen para eludir las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea a la República Islámica de Irán, de realizar cualquier transacción por el crudo iraní en dólares y euros” (Russia Today, 5 de octubre de 2013).
Mucho más importante es el acuerdo alcanzado por el Banco Central Europeo y el Banco Central de China para intercambiar yuanes y euros, o sea realizar su comercio sin acudir al dólar (CNN Money, 10 de octubre de 2013). La Unión Europea es el mayor mercado de China y acuerdos de este tipo (ya firmó uno similar en junio con el Banco de Inglaterra) debilitan al dólar y aumentan el poder del yuan que ya es la novena moneda más transada en el mundo y camina hacia su creciente internacionalización.
La sustitución del dólar por otras divisas como monedas de reserva, ya no es un tabú y se debate abiertamente en los foros mundiales. No es, en absoluto, un debate ideológico, sino acerca de la creciente desconfianza en la capacidad de Estados Unidos para pagar su enorme deuda de casi 17.000 billones de dólares, mayor que su PIB anual. Lo que está en debate es “la capacidad de Estados Unidos y del Reino Unido para financiar sus déficits públicos, ya descontrolados” (GEAB, 18 de junio de 2009).
Al no haberse reformado el sistema financiero, causante de la crisis de 2008, las cosas no han hecho sino empeorar. La mirada estratégica es nítida: “En 40 años de desequilibrios comerciales estadounidenses y de variaciones bruscas de sus cotizaciones, el dólar como pilar del sistema monetario internacional fue la correa de transmisión de todos los resfriados de Estados Unidos hacia el resto del mundo, y este pilar que ahora se desestabiliza es el núcleo del problema mundial, porque hoy Estados Unidos ya no sufre un resfriado sino de una peste bubónica” (GEAB, 16 de junio de 2013).
En efecto, una economía deficitaria acostumbrada a que el resto del mundo la financiara, pero que a su a vez era garantía de estabilidad, un papel que ya no puede seguir cumpliendo por el deterioro de su posición en el mundo. Cuando las cosas se ponen de ese modo, sólo queda patear la pelota hacia adelante. Eso fue lo que se sucedió con el ataque al euro, decidido por un grupo de banqueros estadounidenses en febrero de 2010 (The Wall Street Journal, 26 de febrero de 2010). La segunda medida para aplazar la crisis fue la “flexibilización cuantitativa” (Quantitave Easing) decida por la FED, por la cual se inyectan 45 mil millones de dólares mensuales a través de la compra de obligaciones públicas. El problema es que cualquier anuncio de que se retirarán esos estímulos tiene efectos nocivos para “los mercados” que se han vuelto dependientes de los estímulos.
Deuda impagable y crisis política
En diciembre de 2001 el GEAB presentó sus anticipaciones referidas al futuro de la superpotencia. El título del boletín lo dice todo: “2012-2016: Estados Unidos insolvente e ingobernable”. La conclusión es que lo alguna fue el “buque insignia” del mundo parece haberse convertido en un “barco a la deriva”. Uno de los núcleos del análisis efectuado hace ya dos años, consiste en lo que denominan “la parálisis institucional estadounidense y la desarticulación del bipartidismo tradicional”. Como se verá, el análisis parece calcado del libreto que demócratas y republicanos están escenificando estas semanas que gira sobre un telón de fondo de recesión y depresión económicas.
El análisis sostiene que las principales instituciones del país, la Presidencia, el Congreso y la FED, “se revelan impotentes para decidir o poner en ejecución políticas significativas”. Este auténtico “bloqueo institucional” está mostrando la desarticulación del bipartidismo republicano-demócrata por la gravedad de la crisis, que no admite paños tibios y, sobre todo, porque en la última década dejó de haber “permeabilidad entre las visiones políticas de ambos partidos”. En efecto, la aparición del Tea Party entre las filas republicanas y de Occupy Wall Street (OWS) en los linderos del Partido Demócrata, supone una fisura entre ambas colectividades en base a intereses irreconciliables.
“El presidente no puede hacer gran cosa cuando el Congreso no tiene mayoría estable al estar profundamente dividido en las grandes orientaciones del país”, que se orienta hacia una división en cuatro fuerzas sociales, apunta el GEAB. Lo posible son apenas acuerdos de último minuto, pero ninguna solución de fondo ante la incapacidad de programar nuevos equilibrios presupuestarios. Detrás del Tea Party y de OWS hay dos propuestas incompatibles: sacrificar la reforma de la salud y otros gastos sociales del gobierno de Obama o sacrificar el gasto militar.
Entre las elecciones de 2014 y las presidenciales de 2016, estiman que podrá situarse el momento más crítico para el país. Los intereses de los poderosos, alineados por el complejo militar-industrial, pueden jugar la carta de un “salvador” para salir del caos actual. El general David Petraeus puede ser un buen candidato. Todo indica que lo peor está por venir: aún cuando negociaciones de última hora consigan (consiguieron..) llegar a un acuerdo para elevar transitoriamente el techo de la deuda, el daño a la credibilidad del país está hecho.
Mucho más allá de la pelea entre republicanos y demócratas, el problema de fondo el otro: “El país no afronta un crisis ´normal´, incluso ´grave´ como la de 1929, sino una crisis histórica del tipo de las que ocurren sólo una vez cada cuatro o cinco siglos” (GEAB, 17 de diciembre de 2011). Tal vez fue esa convicción la que lleva a las autoridades chinas a considerar que “tal vez sea el momento para que un mundo atónito comience a considerar la construcción de un mundo desamericanizado”(Xinghua, 13 de octubre de 2013).
- Raúl Zibechi, periodista uruguayo, escribe en Brecha y La Jornada y es colaborador de ALAI.
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