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Recoger y almacenar grandes cantidades de datos espaciales no es una tarea sencilla ante la enorme avalancha que se cierne en nuestros días sobre los receptores. Para ello es muy importante el establecimiento de una estructura comparativa común relacionada con el territorio y a partir de ella, lograr su segmentación en paquetes asumibles en su análisis racional. Una metáfora adecuada para comprender esta forma de fraccionar el constante flujo informativo es la de la piel de cebolla, un conjunto de capas que se van superponiendo paulatinamente hasta formar un volumen complejo y denso de materia informativa. Cada capa que se añade sobre los sitios constituiría lo que los geógrafos definen como un mapa tematizado. Y la primera capa imprescindible es la cartográfica.
El acopio de grandes masas de información espacial requiere una organización y estructuración en el tiempo que no es fácil de desarrollar. Es necesario tener una idea clara sobre los objetivos y los criterios formales con que se construirán las capas de datos, cuya organización coherente es primordial para una buena administración pública. El problema es que en nuestros días las posibilidades son infinitas, y además el elenco de disciplinas y actores que quieren contribuir a este análisis es muy variado, desde la geografía y el urbanismo, pasando por la ingeniería, el derecho, la biología, la economía, etc.En unos momentos en los que se demanda una mayor participación ciudadana, la organización eficiente de esta información territorializada es una herramienta decisiva para la administración de la vida colectiva de las sociedades. Por el contrario, la acción política en los municipios y territorios es extremadamente frágil cuando no se dispone de información consistente y estructurada, lo cual depende del acceso a datos, fiables y organizados, que permitan describir con facilidad los caracteres específicos de cada sitio.