Está en juego la esencia misma del sistema público, la educación y la sanidad, además de las pensiones, éstas últimas la gran baza de un chantaje organizado con precisión de cirujano y la eterna amenaza de que viene el lobo, que siempre está de camino y mina sin pudor nuestro bien más preciado: el futuro, la esperanza de que llegará un día, más o menos lejano, todo irá mejor. Porque, de no ser así, de tener la certeza de que esto sólo va ya a ir a peor, ¿para qué seguir luchando? Y si dejamos de luchar, sólo con ese gesto, perderemos la batalla y, finalmente, la guerra.
La esencia misma de lo público, decía, se está quedando en los huesos. Pese a todos los esfuerzos de unos pocos por recortar a otros muchos y el desgaste que supone para unos y otros en votos y esperanza, el cuerpo todavía mantiene unos altos niveles de colesterol. Este colesterol impide el libre fluir del plasma, léase dinero, y del consumo que, en definitiva, es el objetivo final y fórmula mágica para reactivar este modelo económico creado a imagen y semejanza del Dios mercado y sus adalides en la Tierra. Ahora empiezan a darse cuenta que ese no era el camino, justo cuando aquí acabamos de empezar haciendo los deberes a última hora y con prisas. Ni los organismos internacionales se aclaran, ni los Gobiernos encuentran ya nuevas partidas para seguir recortando y cuadrar unas cuentas devastadas por el despilfarro de una noche de verano. El objetivo del ahorro, me temo, es comprar más fichas para seguir en la mesa de este juego voraz, en el que la banca siempre gana.