Veo una fotografía tomada en Israel por un fotógrafo danés. Desde una colina, en cómodas tumbonas y algún sofá transportable, una docena de judíos, contemplan, comiendo palomitas de maíz, como sus tropas, su aviación, bombardean, masacran, destruyen centrales eléctricas, hospitales, escuelas… de unos mal nacidos llamados palestinos.
La foto revela relajación, van en chanclas, pantalón corto, camisetas con la bandera yanqui y fuman o comen palomitas.
Por muy miserable que puedan parecer la imagen es reveladora no de la actitud de los colonos o ciudadanos de Israel que ocupan tierra, arrebatada a golpe de bomba y resolución incumplida de la ONU, sino de la actitud ante el flagrante genocidio de la mal llamada “cultura occidental”, la propia ONU incluida.
En este podrido planeta hay cuatro o cinco clases de justicia, de noticias, de políticos y de gobiernos. El mundo se moviliza, se derraman ríos de tinta y se escriben best-sellers, se filman películas y miles de series y reportajes si cuatro locos hacen estrellar sus aviones contra dos torres gemelas en Nueva York, donde mueren 137 personas. Se provocan dos guerras (Afganistan e Irak) por este hecho, se destroza el régimen libio con insólitos bombardeos amparados en el decrépito cinismo de falsa y cínica “humanidad” de “proteger a la población civil de un tirano” y se ponen a contemplar desde una colina, comiendo palomitas, como se lleva a cabo un genocidio de 2.000 muertos en una semana (80 por ciento de población civil), 350 de ellos niños, se bombardean escuelas teóricamente protegidas por los garantes de la ley, el orden y la paz mundiales.
Con un poco más de cinismo este planeta estallaría de pura estulticia. Ha tenido que ser una Secretaria de Estado inglesa, una baronesa metida en política, la única que dimita. Ha dicho que “no podía soportar por más tiempo la posición de mi país en este genocidio”.
Este planeta, y sus gentes, damos asco. ¿Cómo se puede contemplar una matanza inhumana, un episodio de destrucción de depuradoras de agua en un país que vive en el desierto, como el de un capítulo de una serie de vaqueros?
Mientras Rajoy hace footing en Galicia, el ministro Soria veranea por tercer año consecutivo en un hotel ilegal, construido sin licencia, el presidente de Iberdrola gana 42.000 euros al día y encuentran 127 kilos de cocaína en el buque insignia –dedicado a la formación de oficiales- de nuestra Armada.
No tiene nada de extrañar pues que unos ciudadanos israelíes, procedentes en su mayoría de Rusia, Polonia o Argentina, se ponga a ver, cómodamente, como sus bombarderos arrancan troncos, piernas o cabezas de niños, unos sucios palestinos, que intentaban aprender que no había más Dios que Alá y que Mahoma era su profeta.
El sol nace, los pájaros cantan y los genocidios se hacen, para que tú los puedas ver, sentado en una tumbona. Y comiendo palomitas.
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