Lejano pero cercano, el halcón peregrino te recarga de energía al verlo posado a escasos metros de tu casa
Javier Rico
Ya hemos hablado aquí, y seguiremos hablando, de los saludables efectos terapéuticos que conllevan los paseos por la naturaleza (también la urbana) y el tener y sentir siempre cerca algún brote de biodiversidad del que disfrutar. Esto lo hemos vivido hoy mismo en Aver Aves. Vivido, y notado la sanación.
La tarde se torcía, la cabeza dolía y el papel en blanco se resistía a dejarse escribir con esta entrada al blog. Salgamos fuera, al lado de casa, a pasear, a respirar y a tener la suerte de ver, encaramado en lo alto de un edificio al halcón peregrino. Pero también a los almendros floridos y los cantos pre-primaverales y desaforados de los verdecillos. Ya está: cabeza despejada y dolores fuera.
Un almendro en flor se siente tan protagonista o más que la infraestructura urbana que le rodea
Sí, salir de casa en el barrio de Vista Alegre, en Carabanchel, andar cien metros y divisar en lo alto de un edificio al halcón peregrino, al animal más veloz del mundo, no está al alcance de cualquiera. Pero cada vez es menos raro en la ciudad de Madrid. Con Aver Aves lo hemos visto en varios puntos de la capital (os recordamos el que se divisa en “el pirulí”), y si no a él, a su primo el cernícalo vulgar, que también se merece sus buenas observaciones.
El comienzo de la primavera climatológica y fenológica también opera como un gran elemento sanador. Oír a los verdecillos desgañitarse en lo alto de los árboles avisando de que están listos para emprender amoríos y reproducciones supone una excelente manera de aislar el ruido del tráfico y quedarse con la música fringílida. Mirlos, petirrojos, colirrojos tizones y carboneros, entre otros, también se suman a este coro de la atracción sexual.
El arte urbano también opera un efecto sanador, y si contiene jilgueros más
Pero hay más. Están los almendros, sobrevivientes de antiguas huertas del extrarradio urbano, como algunas higueras y olivos sueltos aquí y allá. El trayecto entro los parques Eugenia de Montijo, en Carabanchel, y Las Cruces, en Latina, está repleto de ejemplares de un atrevimiento florido que emociona. Bajo torretas de la luz, sorteando vallas o escoltando las vías del metro se levantan decenas de ellos.
A pesar de que un grafiti con un jilguero precioso mantiene el poder curativo del paseo, tres grajillas muertas, muy posiblemente tiroteadas, intentan echar abajo toda la medicación natural que nos hemos tomado hasta el momento. Como si de una premonición se tratara, al poco un bando de seis de ellas, vivitas y volando, nos dan la dosis necesaria de terapia natural para seguir adelante.
Una paloma torcaz, frente al colegio Miguel Hernández de San Fernando de Henares, anuncia los efectos sanadores de las aves y las zonas verdes urbanas
La gran mayoría no lo sabe, pero esta medicación está disponible en todas las “farmacias verdes” al aire libre que hay en Madrid. Hacemos un inciso en nuestro recorrido para recordar otro recientemente realizado por San Fernando de Henares. De ahí es la foto de la paloma torcaz asomándose al colegio Miguel Hernández, que junto a mirlos, mosquiteros, herrerillos y agateadores parece decir a profes y alumnos que se animen a salir y a medicarse a base de biodiversidad urbana.
En el recorrido entre Carabanchel y Latina queda disfrutar del atardecer con bandos de palomas y estorninos buscando el árbol donde pasar la noche juntitos; de las trifulcas entre gaviotas reidoras y sombrías por dar cuenta de los manjares de un lago; y de la siempre atractiva y reconfortante presencia de un pito real, que con sus verdes y rojos hace destacar aún más el blanco del álamo ídem en el que se posa.
Lo dicho, las recetas naturales han surtido efecto, y solo queda llegar a casa y escribir esto que estáis leyendo.
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