El silencio era asfixiante. Ni siquiera el viento que zarandeaba las hojas de los árboles hacía el más mínimo ruido. Apenas podía respirar y empezaba a cansarse a consecuencia de la hiperventilación, pero no podía detenerse. No debía.En un alarde de valor que ni siquiera sentía, miró hacia atrás por encima del hombro sin disminuir la velocidad de las zancadas. No vio a nadie, pero sabía que alguien o algo la perseguía. Forzó todos los sentidos. Debería poder escuchar las rítmicas pisadas que le iban a la zaga, pero no lo consiguió. No obstante, su cuerpo sabía que cada vez estaban más cerca. Lo sentía en el alma. Aquello era como intentar escapar de un tsunami monstruoso con la simple potencia de la velocidad de las piernas; imposible. Tal vez lo mejor era dejar que, de una vez por todas, la arrollara.Giró en la siguiente esquina. Ya no había calles. El suelo se había convertido en un lecho esponjoso de tierra húmeda y agujas de pino. No escuchaba el crujir de las ramas a su paso, pero la pinaza se colaba por las perneras de los pantalones y le picoteaba las pantorrillas como polluelos hambrientos. A su alrededor, las lóbregas fachadas de los edificios habían sido sustituidas por árboles de aspecto tétrico, similares a los de los cuentos infantiles de hadas y dragones.Era absurdo continuar de ese modo, por mucho que lo intentara no iba a llegar a ninguna parte. Sabía que era un sueño; el mismo sueño de todas las noches. Los escenarios cambiaban, la situación variaba, pero las sensaciones eran siempre las mismas.Disminuyó la velocidad de la marcha. Tenía miedo, pero la razón era más fuerte. No podría escapar hasta que todo acabara y estaba segura que, también como siempre, en un momento dado todo terminaría.Ralentizó la carrera hasta convertirla en un paso rápido y, poco a poco, consiguió detenerse al llegar a un pequeño claro en lo más profundo del bosque. El viento también se detuvo; ya no sentía el acicate de las ráfagas heladas.Giró sobre sus piernas tambaleantes, con los brazos abiertos en un movimiento torpe y descompasado, buscando la mortal amenaza. Por fin se quedó inmóvil, sólo sus ojos seguían buscando alrededor con el desafío retratado en las pupilas. No lo soportaba más. Quería que lo que fuera que la perseguía la alcanzara por fin; necesitaba que la cazara. E iba a hacerlo. Ya. De inmediato.La niebla se elevó hasta desaparecer entre las copas de los árboles y todo quedó nítido y, a la vez, oscuro como la boca de un lobo. Aún así, podía distinguir las imágenes en sombras de cuanto había a su alrededor a pesar de no haber luna ni luz artificial. «Cosas de los sueños», pensó.«¡Adelante, bicho, ven a por mí!», desafió a la amenaza intangible.Pero la voz no le alcanzó los oídos, no podía hablar, aunque estaba segura de que el ente que la acechaba podía escucharla.Y lo hizo.Un gruñido sordo surgió de la espesura y unos ojos rojos brillaron en la oscuridad en el mismo punto donde el sonido rompía el silencio. Era un ruido ya conocido y sabía que dos largos colmillos amarillentos emergerían resplandecientes de una cara de rasgos distorsionados a medida que se aproximara a su cuerpo, ahora inmovilizado por el pánico.Porque ahora sí tenía miedo por mucho que hubiera deseado que llegara el momento.Y otro gañido sonó a su espalda.«Oh, una nueva variante…»Hasta esa noche y desde su más tierna infancia, un único ser maligno le había atacado cada vez. Su rostro deforme cambiaba, sus amenazas eran distintas, pero el modus operandi era siempre el mismo.«¿Y dónde estaba ahora aquella fuerza benigna que la apartaba de las terribles fauces que se cernían sobre su yugular? »Esta vez eran muchos. Cuando la alcanzaran se precipitarían sobre ella jadeantes y listos para aplacar la sed. Ninguna fuerza, humana o sobrehumana, podría salvarla.Dio un paso hacia atrás justo en el momento en que una mano surgió entre el follaje, a su espalda, apresándola con fuerza del hombro y haciendo que trastabillase. Todavía no había hablado, pero sabía que era aquél al que esperaba. Su salvador.
Él la hizo girar y, tirando de su mano, la obligó a internarse en el bosque para retomar la loca carrera en dirección contraria.Se dejó arrastrar por aquella fuerza sobrenatural hasta que casi no rozó la tierra con los pies. Tropezó dos veces y se habría caído si no hubiera sido por el firme agarre de esos dedos cálidos enlazados a los suyos. Pero... ¿no estaba cometiendo una imprudencia?Recordaba el último episodio. Nunca había sido capaz de distinguir sus facciones pero, por fin en aquella ocasión, había conseguido encararle. Sólo resultó ser una mancha borrosa y, cuando por fin pasó el peligro, él entreabrió la boca en una ancha sonrisa pero… ¡Oh, no! La blanca dentadura que aquel día había vislumbrado por primera vez, empezó de pronto a tomar la forma de unos colmillos, dos pequeñas dagas de más de dos centímetros de longitud.«¡Suéltame!», quiso gritarle ahora, aterrada por el recuerdo; pero su voz no alcanzó las cuerdas vocales. Tiró con fuerza de la mano y el agarre se volvió más firme. Él no iba a soltarla.El sonido de los gruñidos de los seres de ojos rojos se hizo cada vez más distante. Finalmente sólo se escuchó el silencio. El peligro había pasado. «O tal vez, no.»
El hombre que la arrastraba dejó de correr y se apoyó contra un árbol, atrayéndola hacia su pecho en un abrazo protector.Ella no quería levantar la mirada; así se sentía segura, arropada en unos brazos tibios que le caldeaban el alma y la sangre. Sabía que si le buscaba la cara vería sus relucientes colmillos. No, no quería hacerlo, pero una fuerza invisible la obligaba a ello.Sintió el corazón palpitando a un ritmo frenético y reconoció que no era producto de la carrera. Tenía miedo pero la curiosidad era más fuerte. Por fin sucumbió al deseo de saber y obtuvo lo que buscaba. Aquellos estiletes marfileños asomaban entre los carnosos labios que en una ocasión soñó besar, enmarcados por una sonrisa sardónica. El pavor amenazaba con ahogarla.
Quiso gritar, pero seguía sin poder hacerlo. Boqueaba como un pez fuera del agua, y buscó los omnipresentes ojos rojos de los vampiros, aún a sabiendas de que, como siempre, encontraría unas cuencas vacías cubiertas de espesa niebla.La sorpresa estuvo a punto de provocar que el corazón se le parara para siempre. Esta noche no había bruma. Unos ojos que ella conocía de sobra la miraban con intensidad bajo las arqueadas cejas.Y necesitaba chillar. Quería romper el silencio con un desgarrador grito que la despertara por fin. Necesitaba abandonar el sueño, pero éste la tenía atrapada.
O, ¿acaso no era un sueño?