Tampoco corren buenos tiempos para su“ramo laboral”: las autoridades niponas se están planteando laadopción de medidas restrictivas respecto a la prostitución, y,ante esa posibilidad, el panorama vital de Hanae —a la que, inclusoal amparo de un establecimiento asentado y de prestigio, le cuestamucho trabajo captar clientela— se ensombrece aún más si cabe.Todo un cúmulo de desgracias e inconvenientes, que, en suma, haríanperfectamente entendible que esta mujer tuviera una actitud deamargura y resentimiento frente a las personas que le rodean.
Pero nada más lejos de eso: Hanae semuestra cariñosa y atenta con sus compañeras, para las que siempretiene una palabra de consuelo y un gesto de cariño —cuando han deafrontar las difíciles situaciones personales y familares queaparecen en sus trayectorias vitales—, y a las que incluso no tieneproblema alguno en recibir en su casa, en una fiesta agridulce con laque darse un pequeño respiro, un breve paréntesis de esacotidianidad repleta de clientes rijosos, exigencias soberbias y undesprecio siempre al fondo que ennegrece y degrada a la mujer queconstituye su objeto, y que convierte su dignidad en pura entelequia.
¿De dónde salen las fuerzas quemantienen a Hanae no solo viva y en pie, sino que la dotan de untalante positivo y animoso? De su convicción de que la tarea con laque se ve forzada, por las circunstancias, a ganarse la vida, solosomete a su cuerpo, no a su alma. Los cuerpos pueden comprarse ovenderse; los espíritus que los sustentan, no. Y el de Hanae es unespíritu libre y luchador, un espíritu que la eleva sobre susmiserias materiales y la dota de dignidad y orgullo; la engrandece yla purifica. ¿Un cuerpo mancillado? Sí. Pero no más…
* N. del A.: esta reseña va especialmente dedicada a Puerta de Babel, que fue quien me puso sobre la pista (bueno, para ser más exactos, quien puso a disposición, servida en pantalla) de esta película de Mizoguchi.
* Los buenos buenosos XI.-