Hanane, Tánger, 2015. expatriadaxcojones.blogspot.com
Conocí a Hanane este invierno. Era una mañana gris, fría y húmeda. Habíamos quedado en un café de la medina y cuando nos sentamos en la mesa empezó a lloviznar. Tuvimos que cambiar de sitio. Había contactado con ella por teléfono unos días antes. Fue Claire, su jefa, a quien le había hecho un vídeo para la Asociación 100%mamans quien me dio su número. Claire es la coordinadora del festival Tanjazoom y Hanane trabaja con ella desde la primera edición. Por eso nos vimos. Teníamos ganas de hacer algo juntas aunque, entonces, no sabíamos muy bien qué. Enseguida me pareció una chica inteligente, emprendedora y alegre. Ese mismo día le propuse hacerle una entrevista, que ella aceptó encantada, pero no fue hasta ayer que encontramos el momento para sentarnos a charlar.
Tenía pensado preguntarle muchas cosas. Quería que me contara cómo se creó el movimiento 20 de febrero, quién lo integraba, qué reclamaba. Quería que me contara qué piensa de los cambios que ha hecho en rey en la constitución, cómo ve el Partido Islamista, su opinión sobre la censura, la situación de los jóvenes, el papel de la mujer, quería saber tantas cosas… pero cuando empezó a hablar de su infancia, quedó todo relegado a un segundo plano.
Hanane es de Casa, el diminutivo que usa la gente para referirse a la ciudad de Casablanca. Nació en el seno de una familia humilde —no pobre— pero sí humilde. Su padres, que eran primos, se casaron muy jóvenes. Él se había quedado huérfano siendo muy pequeño y no tenía familia que lo ayudara; trabajaba en lo que le salía. Su madre se encargaba de la casa. Fueron años difíciles y llenos de privaciones.
—Mi padre no pudo ir a la escuela, aprendió lo básico en la mezquita, pero es un hombre inteligente, que se ha hecho a sí mismo y, a pesar de ser mayor, tiene una mente bastante abierta. Yo crecí en un barrio popular y veía como ellos eran diferentes al resto de los padres que yo conocía. Paseaban cogidos de la mano, se tocaban en público y eso, entonces —todavía ahora— era muy extraño de ver. Eran los raros…
Hanane tiene dos hermanas menores y un hermano cinco años mayor. Con él es con quien siempre andaba de pequeña. Correteando por las calles, jugando al fútbol, tirando piedras… Allí donde estaba él, estaba ella. Lo adoraba. Era su hermano preferido. Pero había una cosa que la sacaba de sus casillas. Hanane no soportaba que sólo por ser chico tuviera un trato de favor y se revelaba, constantemente, contra lo que consideraba una injusticia.
—La gente del sur siempre ha tenido predilección por los hombres en detrimento de las mujeres. Si mi abuela, por ejemplo, venía de visita y a mis hermanas ya mí nos daba 100 dírhams, a él le daba el doble. Si alguna de nosotras le pedía a nuestros padres algo—una cartera nueva, unas tijeras para el cole o un cepillo para el pelo—, simplemente, nos decían que no podía ser, que no había dinero. Si por el contrario, era mi hermano quien quería unas zapatillas de marca, ellos hacían lo que fuera para conseguírselas. Yo siempre me enfadaba. Me parecía injusto. En casa me llamaban la problemática…
Pasaron los años. Hanane dejó de ser una niña y terminó la escuela convertida en una adolescente. Era impensable que estudiara una carrera. Ni en casa tenían el dinero para pagársela ni ella lo necesitaba. ¿Para qué? Era una mujer… Sus padres decidieron apuntarla a un curso de secretariado, una opción relativamente sencilla para conseguirle un trabajo a su medida. Con lo que no contaron fue que sería yendo a ese curso que ella descubriría su verdadera vocación. Cada día, de camino a las clases que tanto odiaba, Hanane pasaba delante de una escuela de audiovisuales. Había algo en ese lugar que la atraía; ni sabía porqué ni podía evitarlo.
—Un día entré y pregunté el precio. Era carísima. Mis padres no podrían pagármelo aunque quisiesen. Así que intenté olvidarlo, acabé lo del secretariado y empecé a trabajar en una empresa. No me gustaba lo que hacía, era aburrido y rutinario. Yo seguía soñando con estudiar fotografía, así que pasado un tiempo, volví a preguntar y, esta vez, me informaron que al año siguiente empezarían a dar clases nocturnas. En esa época cobraba dos cientos euros al mes y sólo el curso valía ciento cincuenta, era muy justo pero me apunté. Trabajaba durante el día y estudiaba por la noche. Era la única chica de la clase. Me encantaba lo que aprendía y intuía que aquello era lo mío. Entonces llegó el momento de hacer las prácticas pero yo no podía dejar mi empleo. Muy triste fui al profesor y le dije que abandonaba. Me contestó que ni hablar. Ya se encargaría él de encontrar una solución al problema, me dijo. Y así lo hizo. Acordamos con el centro que me dejarían terminar y que, cuando encontrara trabajo, ya les devolvería el importe de la matricula. Así fue como renuncié a mi puesto de secretaria y me centré en el mundo audiovisual
Las prácticas en la televisión dieron paso a otros trabajos. Todos eventuales. Estuvo retratando enbodas, revelando en estudios de fotografía, haciendo de asistente en productoras… Y aunque eran trabajos mal pagados y con jornadas extenuantes, adquirió experiencia y seguridad en sí misma. Entonces, de repente y sin buscarlo, le llegó la oportunidad de su vida. Una amiga le habló de una asociación en Tánger, buscaban a alguien para colaborar en un proyecto audiovisual y ella parecía ser una buena candidata al puesto, así que sin pensar en las consecuencias que ello podría tener, Hanane presentó una solicitud.
—Cuando me llamaron para la entrevista tuve que mentir a mis padres. Si les hubiera dicho que era en Tánger no me hubieran dejado ir. Yo necesitaba permiso para todo, incluso para quedarme en casa de una amiga. Así que les dije que me iba a pasar el día a la playa. Cogí el tren a primera hora de la mañana —cinco horas de trayecto— hice una entrevista de apenas treinta minutos y tomé otro tren de regreso —cinco horas más. No lo olvidaré nunca. Yo no tenía ordenador y tuve que pedírselo prestado a una amiga. Era viejo y pesaba un montón —se ríe— y con él me presenté en la entrevista para mostrarles mis trabajos.
Pasaron unos meses llenos de incertidumbre, al final de los cuales Hanane empezó a pensar que lo mejor sería buscar otro trabajo, cualquiera, pues necesitaba el dinero, sus padres no podían mantenerla. Y en esas estaba cuando recibió la llamada que lo cambiaría todo. Si lo quería, el puesto era suyo. Cuatro meses de trabajo con un sueldo pequeño pero haciendo lo que a ella más le gustaba. Con algo de miedo, pero decidida, lo comunicó a su familia.
—Mis padres no supieron como tomárselo. El que se opuso con mayor fuerza fue mi hermano. Empezó a decir que era impensable, que yo no podía vivir sola, que era una mujer, que mi lugar estaba en la casa, ¿qué iba a pensar la gente?, era una deshonra para la familia… fue muy duro. Era mi oportunidad, no la podía dejar escapar. No paraba de llorar. Al final, mi madre dijo que me apoyaba e hice las maletas. Fue revelador. Por primera vez en la vida y con veintiocho años, me di cuenta que yo era fuerte.
Era el año 2009 y Hanane se trasladó a una ciudad donde no conocía a nadie. No tenía amigos ni familiares. Era la primera vez que abandonaba la casa de sus padres y no sabía muy bien como se las arreglaría estando sola. En el trabajo también le costó adaptarse. La oficina de la asociación está en el barrio de Berchifa, un lugar habitado por inmigrantes, la mayoría analfabetos y donde predomina la voz del hombre, más si cabe que en Casablanca. Sus compañeros no la tenían en cuenta, no escuchaban sus ideas ni aceptaban sus propuestas y a Hanane le costó mucho esfuerzo ganarse su respeto. Con el tiempo y mucho empeño, lo consiguió. En su recién adquirida independencia aprovechó para estudiar español, viajó a Senegal, a la India, a España y por todo Marruecos. Salió de noche y conoció gente, enlazó un proyecto con el siguiente y así hasta hoy.
—No puedo volver a Casablanca, ya no podría vivir en casa de mis padres, perder mi independencia. Me gusta vivir en Tánger, me encanta esta ciudad. Me apasiona mi trabajo, pero el audiovisual es un sector inestable, si me quiero quedar aquí tengo que currármelo. Es por eso que estoy intentando montar mi propio estudio. Poco a poco, he ido comprando material y he empezado a trabajar por mi cuenta. Hago retratos, eventos, publicidad,… lo que me sale. Lo hago todo yo. Me encargo de la parte comercial, el rodaje, la postproducción… a veces colaboro con dos chicos del barrio de Berchifa. Yo les formé. Quiero ayudarlos. Son gente como yo, sin recursos pero con muchas ganas. Me gusta pensar que les estoy dando una oportunidad; igual que en su día me la dieron a mí. También he creado una asociación cultural. Organizamos cursos y talleres gratuitos; aprendo mucho con los chicos. No tendrán dinero pero ideas no les faltan.
Con treinta y cuatro años Hanane tiene la vida que nunca se atrevió a soñar. Hace lo que le gusta y vive de ello. Es una mujer libre e independiente. Pero todo tiene un precio. Por el camino ha perdido a su hermano —con quien no se habla—, amigas que no entienden su dedicación al trabajo y chicos que no aprueban su forma de vivir.
—Los hombres marroquíes tienen miedo de las mujeres como yo. No les gusta mi trabajo y a los que les gusta topan con la familia, que no lo acepta. Pero a mí me gusta mi vida, aunque la gente no la entienda. Tengo claras cuales son mis prioridades, las cosas que quiero hacer y después de lo que me ha costado conseguirlas no voy a renunciar a ellas. Mis padres al principio tampoco lo aceptaban, ahora están orgullosos. Mi vida es mejor que la que tuvieron ellos, ahora puedo ayudarles y eso me llena de satisfacción.
Me despido de Hanane con la promesa de reencontrarnos el martes de la semana próxima. Las dos tenemos ideas. A las dos nos sobran ganas. ¿Por qué no hacer algo juntas?