Mi siguiente parada en este largo periplo chino me apea en la antiquísima localidad de Hangzhou o “paraíso terrenal”. Más de 2200 años de antigüedad, 5 dinastías y 10 reinados la han visto medrar, legando un patrimonio histórico y cultural vasto y rotundo en esplendidez.
Recojo mi maleta en un rocambolesco aeropuerto “floral” con ingentes cantidades de plantas y algunos árboles dentro de la propia terminal, con troncos fornidos que atraviesan el techo en pos de las nubes y el cielo.
La ciudad que me recibe (8 millones de habitantes), posee un tráfico conglomerado. Ya en el trayecto me apercibo de la opulencia exuberante de la zona oeste y el verdor vital entorno al maravilloso templo de Lingyin.
Es mi primera visita en esta tierra donde se cultiva el famoso té Long Jin, bastante caro, por cierto, y uno de los más renombrados de toda China.
Es difícil “epitetar” las sublimes obras talladas en las rocas que me van saliendo al paso: más de 400 budas esculpidos (SX-XIV), semi-ocultos entre el follaje.
Las esculturas, las deidades talladas, se mimetizan con el paisaje. Nos observan enclaustradas en líticas hornacinas horadadas en la roca. El paisaje “apresado” en el área del templo es alucinante.
Son imponentes los guardianes del templo que representan los cuatro puntos cardinales. También las figuras humanas de mohines torvos. Tampoco escatima la ornamentación china en los prodigios decorativos estampados en sus impagables atavíos.
Nos sobrecogerá el inmenso buda de 19 metros, fabricado con oro y alcanfor, y el templo de los 500 budas, con piezas de cobre y oro que pesan una tonelada.
Ahora dejo este templo, hogaño habitado por monjes, y me dirijo hacia la pagoda de las armonías. Desafortunadamente, no puedo honrar sus excelencias como es debido, pues se halla en reformas y sólo me sirve un adusto “entrante encapuchado” de su fachada (7 pisos, 59 metros).
Sus atalayas reconvertidas me contemplan con sobriedad; esas atalayas que en su día sirvieran para alumbrar la travesía de regreso a los barcos que llegaban de ultramar. El faro de antaño y actual pagoda se ubica en la cumbre de la montaña Yeulun, a orillas del río Qiantang. Quedo en esta área frente al mencionado cauce fluvial imbuido de la belleza circundante.
Es imprescindible efectuar la visita al lago inmenso del oeste (3 metrosde profundidad); símbolo de Hangzhou. Los turistas pasean como moscas mareadas por las pródigas zonas verdes, o “flotando” sobre el lecho del lago en las embarcaciones que lo recorren.
En la zona más longeva de la ciudad, uno no puede pasar de largo sin adentrarse en la carismática e insigne farmacia Hu Qingyu (1874); la más antigua de todo el país.
Uno se queda embobado contemplando esas alacenas vetustas y anaqueles atávicos con remedios herbales y medicamentos “ignotos” dentro de los preciosos tarros de cerámica y loza, cuyos diseños nos hablan de una época extinguida.
Hay que prestar atención al guía local cuando nos indique que nos fijemos en un cartelito que reza: “Prohibido engañar a los clientes”.
Si nos quedamos por aquí, podremos disfrutar de la gran animación, tiendas, gentío y el encanto innegable de las más céntricas calles de la zona vieja de Hangzhou.