Por otra parte, y como addenda a este artículo, expongo a continuación los problemas doctrinales de Die Kirche Freiburg in Br., Herder 1967, 606 pp. (Trad. cast.: La Iglesia, Herder, Barcelona 1968), por ser esta una obra de gran influencia. El análisis lo tomo de la fuente: www.opuslibros.org Los puntos son los siguientes:
En primer lugar, debe decirse que, al leer este libro, el lector acaba preguntándose si esa Iglesia que describe el autor es la Iglesia Católica, la Iglesia de Cristo, la del Nuevo Testamento, o más bien una reducción de elementos católicos al punto de vista protestante.El afán ecuménico lleva al autor a expresar con mucha frecuencia formulaciones ambiguas, que pueden ser verdad o error según el presupuesto con que se capten. Hay, sin embargo, algunas apreciaciones interesantes para la eclesiología. En conjunto, resulta una Iglesia descrita con trazos sugestivos a veces, pero que se acerca más a una confesión protestante que a la Iglesia Católica.Además de esas expresiones ambiguas, destacan abundantes puntos que pueden calificarse de errores doctrinales graves. Comentemos algunos de ellos:1. Respecto a la Apostolicidad de la Iglesia, afirma el autor que es en todo el Cuerpo de la Iglesia en donde reside esa apostolicidad, en el sentido de que no existe otra sucesión apostólica que la de todos los fieles a los Apóstoles. Consiguientemente, ningún ministerio (incluidos Papa y obispos) sucede al ministerio de los Apóstoles, sino que esa apostolicidad proviene de todo el Cuerpo de la Iglesia, estando todo ministerio en situación de dependencia respecto al conjunto de los fieles.Muchas son las declaraciones del Magisterio —solemne y ordinario— que se oponen explícitamente a esa interpretación “democrática” de la apostolicidad. Baste citar las siguientes. Concilio Vaticano I, Const.Pastor Aeternus, cap. 3 (canon) (en relación a la sucesión apostólica del Romano Pontífice): “Si quis dixerit, Romanum Pontificem habere tantummodo officium inspectionis directionis, non autem plenam et supremam potestatem iurisdivel directionis, non autem plenam et supremam potestatem iurisdictionis in universam Ecclesiam (...) aut hanc eius potestatem non esse ordinariam et inmediatam (...): anathema sit” (Dz. 1831). En relación a la Sucesión Apostólica de los obispos, puede confrontarse: Concilio Vaticano II, Const. Lumen Gentium, nn. 18-20.2. Respecto a la Unidad de la Iglesia, dice el autor, refiriéndose a las diversas confesiones cristianas: “Mientras estas iglesias se reconozcan mutuamente como legítimas; mientras reconozcan en cada iglesia distinta a la sola y misma Iglesia; es decir, mientras mantengan la comunión eclesiástica y, señaladamente, la comunión de culto y de la cena del Señor; mientras, partiendo de esa comunión, mutuamente se ayuden, colaboren entre sí y se unan en la necesidad y en la persecución... las profundas diferencias entre las distintas iglesias están envueltas en la certeza de que, en la unidad de la Iglesia de Cristo, todos somos una misma cosa” (p. 330).Esta larga frase es un claro ejemplo de la radical ambigüedad de los planteamientos de Hans Küng. Matizando muchísimo, quizá podría entenderse esa frase de un modo correcto, pero en sí misma —ignorando por completo el carácter institucional y jerárquico de la Iglesia— conduce a un grave error doctrinal: pensar que puede haber la Unidad querida por Cristo para su Iglesia sin un Credo común y sin una común cabeza visible.El sentido preciso de esa nota de la Iglesia —la Unidad—, ha sido numerosas veces declarado por el Magisterio, de modo difícilmente compatible con el pensamiento de Küng. Pueden confrontarse, entre otros, los siguientes documentos: Profesión de fe prescrita a los valdenses (Inocencio III, año 1208; Dz. 423). Concilio Lateranense IV, cap. 1: De fide Catholica (año 1215; Dz. 340). Bula Unam Sanctam (Bonifacio VIII, año 1302; Dz. 468). Carta del Santo Oficio a los obispos ingleses, del 16-IX-1864 (Dz. 1685 ss). Encíclica Satis Cognitum (León XIII, año 1896; Dz. 1954-1962).3. Respecto al sacerdocio universal, dice el autor: “Todos los miembros de la Iglesia son sacerdotes” (p. 441). Esta frase es sin duda cierta si es entendida correctamente. Sin embargo, Küng da al carácter sacerdotal de todo bautizado un alcance inaceptable. En relación a este punto, baste citar al Concilio Lateranense IV, cap. 1: De fide Catholica (año 1215): “Et hoc utique sacramentum (Eucharistia) nemo potest conficere, nisi sacerdos, qui rite fuerit ordinatus, secundum claves Ecclesiae, quas ipse concessit Apostolis eorumque succesoribus Iesus Christus” (Dz. 430).4. En relación al sacerdocio ministerial, el autor afirma que de igual modo que existe un bautismo de deseo por el que se alcanza la gracia bautismal, sería también posible, en caso de necesidad, la entrada al ministerio por una ordenación de deseo, si la ordenación no puede recibirse (cfr. pp. 524-525).Este error doctrinal, aparte de las premisas implícitas y explícitas en que se apoya, no distingue adecuadamente entre gracia y carácter en los sacramentos del Bautismo y del Orden, y confunde el plano de las diversas necesidades.5. Es patente el silencio en que Hans Küng deja a la Jerarquía eclesiástica como institución de derecho divino. No deja de ser sorprendente que el autor no tenga presente, entre otras muchas, la siguiente declaración del Magisterio solemne de la Iglesia: “Si quis dixerit, in Ecclesia catholica non esse hierarchiam, divina ordinatione institutam, quae constat ex episcopis, presbyteris et ministris: anathema sit (Concilio de Trento, sesión 23, canon 6, Dz. 966).Por último, cabe anotar, como detalle quizá sintomático, que habiendo dedicado —por ejemplo— el Concilio Vaticano II, todo un capítulo de la Constitución Dogmática De Ecclesia a la Santísima Virgen, y habiéndola proclamado el Papa Madre de la Iglesia, en la obra de Küng no se dice una palabra sobre María.En conclusión, se trata de una obra que quizá tenga cierto interés a título informativo para el especialista, pero que —aun conteniendo aspectos parciales acertados— carece de global valor científico, y doctrinalmente contraría —en puntos esenciales— a la fe de la Iglesia.