Itami Hanzo (Shintarô Katsu) es un policía muy particular. No sólo se dedica a impartir justicia en las calles de Edo con mano de hierro, sino que también mantiene a raya a sus corruptos superiores y a la chusma que ocupa los puestos de poder en el cada vez más decadente shogunato Tokugawa. Cuando un delincuente le revela que un conocido criminal ha logrado escapar de prisión gracias a la ayuda de algunos oficiales corruptos, Hanzo deberá emplear algunos de los métodos poco ortodoxos que le han otorgado cierta fama en el cuerpo de policía.
Basado en el manga “Goyôkiba” del escritor Kazuo Koike, responsable del popular manga “Lone Wolf and Cub”, “Hanzo the Razor” se presenta como una de las cintas pertenecientes al Jidaigeki (género del cine que se refiere a aquellas películas ambientadas en el Japón de la era Edo) más peculiares de los setenta. El director Kenji Misumi, quien precisamente se especializó en la realización de cintas Jidaigeki desde mediados de los cincuenta a mediados de los setenta, trabajó durante una buena cantidad de tiempo para la Daiei Motion Picture Company, empresa que produjo la exitosa saga de Zatoichi, samurái legendario interpretado por Shintarô Katsu. De las 26 películas protagonizadas por Zatoichi que produjeron los Estudios Daiei, Misumi dirigió seis de las entregas antes de que el estudio se declarara en bancarrota en 1971. Antes de saltar a la fama gracias a su participación en la saga de culto “Lone Wolf and Cub” para la Toho, Misumi asumiría la dirección de la primera entrega de la trilogía de Hanzo, donde tendría la oportunidad de trabajar nuevamente con Shintarô Katsu.
Con el objetivo de mantener el discurso presente en la gran cantidad de los mangas escritos por Koike en aquel periodo, la cinta presenta un marcado discurso antifeudalista. Además de esto, Hanzo se muestra empeñado en desafiar las reglas estrictas del shogunato, y no duda en ostentar lo eficaz que le resulta el uso de la brutalidad policiaca. El protagonista no muestra respeto por nadie más que él mismo, razón por la cual todos los integrantes de la sociedad japonesa de la época, desde las figuras del gobierno hasta un trío de ex-delincuentes que ahora trabajan para él, son víctimas de sus insultos y de sus reprimendas morales. Lo único que puede equiparar su poco respeto por las figuras de autoridad, es su incurable devoción por su trabajo cuyo fin no es más que la protección de los ciudadanos de la creciente tasa de criminales. Una clara muestra del accionar y la ideología de Hanzo se puede apreciar durante las primeras escenas del film, cuando este se niega a firmar un juramento estándar de la policía, donde cada oficial asegura el cumplimiento de su labor con honor ante todo. Y es que su negativa no va ligada al hecho de que él sea un policía corrupto, sino que ante sus ojos es el único policía que no lo es. Desde el jefe hasta el último de los oficiales han recibido sobornos por parte de los criminales y los dueños de los burdeles, por lo que dicho juramento no es más que una muestra clara de la hipocresía de los encargados de hacer valer la ley.
Su actitud desafiante y los violentos métodos que emplea al momento de capturar a los diversos criminales que debe intentar poner tras las rejas, han provocado que Hanzo acumule una gran cantidad de enemigos. Por ese motivo en su hogar no sólo se puede encontrar un arsenal de armas escondidas en las paredes, sino que también ha diseñado una serie de trampas mortales para evitar la intrusión de visitantes inesperados. Decidido a vivir en carne propia las técnicas de tortura que él debe aplicarle a los criminales, Hanzo les pide a sus criados que le apliquen bloques de cemento sobre sus piernas, las cuales están apoyadas en puntiagudos bloques de piedra. Ya durante los primeros veinte minutos de metraje, el director se encarga de retratar la particular personalidad del héroe de turno. Sin embargo, lo más sorprendente está por venir. Si bien Hanzo se muestra preocupado de entrenar su mente y su cuerpo, muestra una especial preocupación por entrenar su “impresionante” órgano reproductor, el cual utiliza con frecuencia en sus interrogatorios. El fruto de su particular entrenamiento se ve reflejado en las largas sesiones de interrogatorio a las que somete a gran parte de los personajes femeninos del film, siempre con excelentes resultados.
Si esto suena como algo potencialmente ridículo y ofensivo, es porque efectivamente es algo ridículo y ofensivo. Es debido a esta particularidad que por momentos “Hanzo the Razor” pareciera acercarse más a un film sexploitation que a una cinta de samuráis, aún cuando las escenas de sexo son pocas y no son absolutamente explícitas. Es evidente que la simple idea de que un policía viole a una mujer con el fin de obtener información que le permita desbaratar los planes de un grupo de oficiales corruptos es cuestionable bajo cualquier punto de vista, pese a que eventualmente sus víctimas se muestren más que dispuestas a cooperar con el trabajo detectivesco de Hanzo a cambio de unos minutos más de “interrogatorio”. Sin embargo, es imposible no reconocer que estas escenas presentan algunas dosis de un humor absurdo, más aún cuando en una de las sesiones de interrogatorio podemos apreciar el “punto de vista” del órgano reproductor del protagonista (lo que resulta increíble e irrisorio). Además del contenido sexual del film, nos encontramos con un par de escenas de acción bastante violentas, donde no faltan los desmembramientos o la emanación descontrolada de sangre de aquellos que prueban el frío acero de la espada de Hanzo.
La cinta está dividida en una suerte de episodios, donde el más importante es aquel que hace referencia a un caso de corrupción que ha permitido que un renombrado asesino evite ser encarcelado. Los resultados de su investigación lo llevarán a enfrentarse al criminal y a un grupo de soldados a su cargo, y además obtendrá cierta información que probablemente será utilizada por él más adelante (hay que tener en cuenta que esta es la primera entrada de una trilogía). Durante el último tramo de la cinta, la premisa central se deja de lado para dar paso al caso de un par de niños cuyo padre se encuentra gravemente enfermo, por lo que les ha pedido que lo maten. Será Hanzo quien deberá resolver dicho problema, ya que si los niños cumplen el deseo de su padre moribundo, arriesgan ser sentenciados a una crucifixión pública. Aunque este episodio bien podría haber sido obviado, se presenta con el sólo objetivo de destacar la imagen de Hanzo como el protector de los más desposeídos.
En el ámbito de las actuaciones el elenco en general realiza un buen trabajo, en especial Shintarô Katsu quien le imprime una seriedad increíble a un personaje que por momentos cuesta tomar demasiado en serio. El trabajo de fotografía de Chishi Makiura es realmente destacable, por lo que la cinta resulta ser visualmente atractiva. Lo que si resulta extraño, aunque en lo personal no me molestó en lo absoluto, es la banda sonora compuesta por Kunihiko Murai, la cual parece haberse inspirado en la banda sonora de la cinta “Shaft” (1971). No deja de resultar deliciosamente absurda la imagen de un rudo samurái impartiendo la ley en pleno periodo Edo al son del funk. “Hanzo the Razor: Sword of Justice” es sin duda una de las cintas de samuráis más extrañas salidas del Japón de los setenta. Desde el protagonista, una suerte de “Harry el Sucio” japonés con cierta inclinación por el sadomasoquismo y algunas prácticas sexuales fuera de lo común, hasta la peculiar banda sonora, todo parece ser parte de una absurda parodia de los films de samuráis, la cual si bien no presenta una historia demasiado sólida, si contiene un puñado de características que provocan que esta sobresalga del resto, encumbrándose como una cinta de culto por donde se le mire.
por Fantomas.