Cuando logra digerir los sapos aznarienses que ha debido tragarse
durante el día, Don Mariano Rajoy sueña a veces con que la
película termina con el hombrecillo insufrible fundiéndose en
horizontes de grandeza camino de un planeta a su servicio,
del brazo de su amante esposa.
Lástima que el reloj de su mesilla de noche, en lugar de despertarle
con un ring-ring le espabile con un je-je.