Puede que la historia de Happy Valley suene a más de lo mismo, un drama policial en un pueblo inglés donde las vidas y acciones de varios personajes se van entrecruzando debido al secuestro de la hija de un exitoso empresario local. Es una historia que ya hemos visto varias veces pero que en manos de una guionista tan experimentada como Sally Wainwright adquiere un poderoso discurso dramático entremezclando la historia personal de la protagonista, Catherine Cawood (Sarah Lancashire), con su trabajo en la policía, el tráfico de drogas, la investigación del secuestro, los recuerdos del pasado y la política.
Wainwright escritora de dos series tan recomendables y necesarias para entender la calidad televisiva que disfrutan en el Reino Unido como Scott & Bailey y Last tango in Halifax describe un fresco actual y emocional que funciona gracias a la protagonista de la historia, Catherine, una sargento de policía de casi cincuenta años, divorciada, que vive con una hermana ex adicta junto a la que cría a su nieto. La hija de Catherine, madre del pequeño, se suicidó poco después de dar a luz y su otro hijo mantiene una tensa relación con ella por culpa del pequeño.
Un drama intenso, con un personaje femenino tan fuerte y tan arrollador que en tan solo dos minutos consigue cautivar al espectador. La interpretación de Sarah Lancashire está llena de matices, de capas y sutileza; Catherine Cawood es un personaje fascinante que no vacila, que no recula, que a pesar de las adversidades sigue adelante y que sabe, porque la vida se lo ha enseñado, que no hay que permitir que nadie te pise, que nadie te hunda. Y sin embargo, no pierde la esperanza, no pierde la dulzura, no pierde su humanidad. Es profesional cuando tiene que serlo y maternal cuando es necesario, es una roca cuando las circunstancias así lo requieren pero se hunde cuando la situación la supera. Sufre, llora y se enfada. El hecho de que Catherine sea un personaje tan completo es lo que la hace tan fascinante. En los últimos años, estábamos acostumbrándonos a ver personajes femeninos muy fuertes como la Stella Gibson de Gillian Anderson a los que les faltaba algo de calidez, de candor, de humanidad. Catherine lo tiene todo y más.
Entre los secundarios destaca la presencia de Steve Pemberton, visto en Whitechappel y Psychoville, responsable del secuestro de la hija de su jefe. Su limitada visión de las cosas, su mezquindad y cobardía, acaban destrozando las vidas de todas las personas involucradas en el crimen. Siobhan Finneran, la maquiavélica O'Brien de Downton Abbey, es Clare la hermana de Catherine, en un personaje muy diferente al que interpretó en el drama histórico de la ITV. Aquí es una mujer dulce, preocupada por el bienestar de su hermana y del pequeño. Ella es, en cierta medida, el ancla moral de Catherine y le aporta cierta estabilidad familiar.
Una historia muy humana que no dulcifica la realidad permitiéndonos conocer las debilidades de los personajes, sus miserias, sus miedos. Comprendemos el por qué de sus actos y aunque no compartamos sus decisiones y no nos gusten no podemos apartar la mirada de la pantalla. El entramado narrativo es tan fuerte que te arrastra hasta el último minuto. En resumen, gran calidad, buenas tramas, excelente guión e interpretaciones de alto nivel. Magistral.