Es un goteo y, como tal, casi imperceptible si no fuera por la impertinencia de la repetición, pero el fenómeno se está extendiendo y no es la marea alta de los recortes que, al amainar, deja la arena mojada llena de basura. Al menos no sólo eso. Es la desidia. Los datos que publicaba ayer el CIS dejaban claro lo obvio, recordando, una vez más, que a veces lo obvio nos pasa inadvertido precisamente por serlo y hace falta plasmarlo de alguna manera. Ningún líder político aprueba y los ciudadanos mantienen enterrada su confianza presente y futura bajo tierra, a buen resguardo para que nadie la encuentre. Y, ante todo ello, observo preocupada que la opción (si es que es una opción) es la desinformación voluntaria, una especie de harakiri emocional, una rendición sin condiciones. Bueno, sí, con una: no enterarse de nada. Amigos, conocidos, compañeros de trabajo, vecinos… todos, en algún momento, sueltan un “Ya no miro los informativos ni leo los diarios. Todo son malas noticias”, una versión 3.0 de aquella expresión anglosajona No news, good news, que implicaba que la ausencia de noticias ya era una buena noticia en sí porque todas ellas eran malas por defecto.
Mis plantas, de hecho, hacen lo mismo: no saben nada del exterior ni tienen voluntad para querer saberlo. Sólo disfrutan del día a día. Pero tampoco las veo muy felices, a expensas como está su supervivencia de que mi capricho y mi memoria coincidan por una vez. Este 15M no saldrán a protestar por la escasez de agua ni por los recortes en fertilizantes. Yo sí.