Harley-Davidson y la gestión del cambio

Por José María José María Sanz @Iron8832016

Ante el anuncio que la marca de motocicletas más famosa de la historia ha hecho sobre el futuro de su producción, observo las reacciones de muchas personas, incluso de personas que no tienen nada que ver con la marca, que nunca han sido propietarios y que nunca lo serán, gente que no tiene el carné, gente antimotos, gente de todo tipo. Por cierto, escuchando esas reacciones me pregunto si el mundo, en general, se siente propietario o partícipe -o parte implicada- en las decisiones de determinadas empresas icónicas que igual son ya patrimonio inmaterial de la humanidad, al estilo de tantas otras creaciones. Lo cierto es que el anuncio de la nueva política no ha gustado a mucha gente, especialmente a los actuales propietarios, que se han de contar por cientos de miles en todo el mundo.

Parece que el planeta abraza definitivamente la electricidad. El cambio climático -el supuesto cambio climático-, la nueva estética ecologista -la que tiene sentido y la que no-, la conciencia global, la interconexión... son los elementos que hacen que el mundo cambie de ciclo y abandone el viejo petróleo de la misma manera que en su día abandonó el ancestral carbón. Es evidente que este proceso de transición lo están comandando las petroleras, temporizando los cambios a la vez que transforman lo necesario para seguir siendo los reyes del mambo. Es decir, BP, que es un gigante del petróleo, seguirá siendo un gigante, pero eléctrico. Y así.

Ya estamos viendo cambios en las marcas de coches. Muchas son las que ofrecen productos híbridos -electricidad más gasolina-. Los más atrevidos ofrecen vehículos eléctricos, solo eléctricos. Y lo vemos bien, lo vemos bien porque contaminamos mucho, hacemos mucho ruido, emitimos demasiado calor. Los coches contribuyen a la locura ciudadana, pero si nuestros coches fuesen silenciosos y limpios, las ciudades serían harina de otro costal.

Y va Harley-Davidson y anuncia el futuro de sus motocicletas. Y nos echamos encima porque esto no puede ser, porque una moto es una moto, porque si no suena, si no vibra, no es una Harley. Y es cierto. Pero también es cierto que yo he conocido personas que se quejaron y no aceptaban que la carrocería de los coches fuese de fibra de carbono en vez de metal; he conocido gente que se molestó con la entrada de la TDT porque había que "hacer obras" en casa; he conocido gente que ha llevado mal, pero que muy mal, el paso a Windows 10. Podría poner muchos más ejemplos de lo mal que nos caen algunos cambios y tú, amigo lector, también podrías ponerlos. Vamos llegando al meollo del asunto que me trae hoy por aquí. Vamos llegando a la palabra central, a la palabra cambio.

El cambio siempre es algo complicado y difícil porque saca al usuario de su rutina, y a los usuarios nos molesta que nos muevan de donde ya estamos. Aun así, hay personas que asumen mejor los cambios que otras que nunca lo hacen. En fase de cambio, la empresa, la institución, la persona que lo promueve, hace que las cosas comiencen a ser diferentes para los demás, y eso tiene consecuencias.

Si volvemos a centrarnos en la marca Harley-Davidson, en este caso, si la marca fuese mía, si yo fuese el propietario de este imperio, me ocuparía de dos cosas: me ocuparía de minimizar la desafección y de gestionar la incertidumbre.

La MoCo acaba de decir que quiere cambiar de clientes -de carreteras-. Alguien me ha comentado que no es un cambio sino una ampliación del foco comercial. Y no digo que no... en primera instancia, pero si HD va a empezar a fabricar motos eléctricas, eso significa que un día dejará de hacerlas con motores de explosión (no seamos ingenuos, el mundo va por ahí). Esta noticia, este anuncio, puede provocar la desafección en masa de tantos clientes que se van a ver abandonados. Los clientes se van a ir o, mejor dicho, los clientes nos vamos a morir mientras HD nos ofrece amorosamente cuidados paliativos, mientras por la otra puerta, monta una fiesta para los nuevos inquilinos de lo que vaya a ser el espíritu Harley del futuro.

En fin, la desafección sería esta primera ocupación en la que la factoría de Milwaukee debería volcarse. La segunda ocupación debería ser la gestión de la incertidumbre. La incertidumbre es de esas cosas para las que no hemos sido educados. Nosotros tampoco estamos educando a nuestros hijos para vivir en la inseguridad y el desconocimiento de las cosas. No toleramos, socialmente hablando, estar en un aeropuerto sin saber qué está pasando, que el avión no sale. Nos ponemos nerviosos cuando el porcentaje de la batería del móvil es tan bajo que sabemos que se va a apagar y nos vamos a quedar solos. No somos capaces de convivir con la idea de no saber qué va a pasar y ahora, con este anuncio americano, nos sentimos inquietos. Y nos sentimos inquietos porque nosotros también somos Harley, nos merecemos una Harley, tenemos derecho a una Harley.

A nosotros, a los clientes, hay que decirnos que no pasa nada, que vamos a poder seguir comprando una Softail, que los dealers van a seguir abiertos, que los talleres oficiales están a nuestra disposición y que el HOG ahí está (el primer club del mundo). Que no pasa nada, que todos vamos a morir con una moto cojonuda bajo el culo y que también hay leyenda en el morir.

En mi opinión, Harley-Davidson tiene una estupenda oportunidad para gestionar su éxito acumulado y no dejarse asfixiar por su propio futuro, un futuro que pasa por una desconocida legión de asiáticos de entre veinte y treinta y cinco años, de clase media media, volcados en su imagen personal y ecológicos por necesidad.