Y apelamos a la sensación de alivio que muchos experimentarán al concluir sin dramatismo el anunciado “choque de trenes” promovido por la Generalitat de Cataluña, porque el tema lleva toda la legislatura protagonizando la actualidad política nacional y la saturación monotemática está a punto de provocar el hartazgo, si el Gobierno no le da por complicar aún más la situación con medidas coercitivas y punitivas contra los responsables de esta pacífica e inútil desobediencia civil ciudadana. Puede que, después del 9N, muchos de los movilizados a favor y en contra de la pseudoencuesta sobre la independencia impulsada por los soberanistas aprecien que se trata de un subterfugio que desde ciertas instancias han inventado para inocular en la población sentimientos y emociones, en vez de criterios racionales, que les impiden detectar la tomadura de pelo de que han sido objeto. Porque, en realidad, ese archireclamado derecho a decidir lo llevan ejercitando los catalanes, en particular, y los ciudadanos de todas las regiones españolas, en general, cada cuatro años desde que votan elecciones autonómicas.
Por eso, si en verdad lo hubieran deseado, los catalanes hace tiempo que habrían elegido en cualquiera de esas oportunidades, de manera clara y contundente como sólo en democracia es factible (por mayoría) las opciones independentistas que se le ofrecían en cada ocasión. Entonces, y sólo entonces, los elegidos estarían legitimados para exigir al Gobierno de España la apertura de conversaciones y negociaciones en busca de repuesta a la expresión avalada legalmente con los votos de la mayoría. Y ello, en toda la historia reciente de la democracia española, no ha sucedido nunca, lo que se quiere solventar con subterfugios plebiscitarios que sustituyan el verdadero y válido mandato popular.
No parece, pues, que la solución a los complejos problemas que en la actualidad afectan a todos los españoles, también a los catalanes, dependa de ese obcecamiento soberanista por celebrar un referendo independentista que les posibilite atraer el apoyo social que en las demás elecciones no consiguen. Ojalá que, suceda lo que suceda el próximo 9N, una profunda sensación de alivio de extienda por todo el país, tras conseguir ejercitar el manoseado “derecho a decidir” nada, y, calmados los ánimos, la política vuelva a centrarse en los verdaderos problemas de la gente: bienestar, progreso, justicia, paz e igualdad, residan donde residan y se expresen como se expresen