El aviso que sigue al título en los créditos iniciales es contundente y revelador: “Una historia real”. Porque Gibson –cabezota o fiel a sí mismo, según quien lo mire– cuenta lo sucedido a Doss sin complejos en lo argumental y con su estilo hiperrealista en lo formal. Y así, por un lado nos quiere mostrar al hombre cabal, generoso y coherente con su fe; y por otro, incomoda al espectador con unas imágenes brutales que exigen un buen “estómago” para soportarlas. De modo que “Hasta el último hombre” podría calificarse paradójicamente como una película pacifista muy bélica.
Las impactantes escenas de guerra resultan sobrecogedoras y muy poderosas visualmente, y están concebidas para que duelan y conmuevan a la vez. La fotografía de Simon Duggan y la banda sonora de Rupert Gregson-Williams completan la formidable calidad del apartado técnico. Andrew Garfield brilla en su papel de Desmond Doss, y le acompañan unos secundarios de lujo: Vince Vaughn, Teresa Palmer, Sam Worthington, Rachel Griffiths…
“Señor, ayúdame a salvar uno más”, rezaba una y otra vez Desmond Doss. Mientras otros destruían, él arriesgaba su vida para atender a los heridos: una misión que entendió como la voluntad de Dios para él. Sus jefes y sus compañeros, que al principio le consideraban un cobarde o un loco, acabaron reconociendo su enorme valentía y le vieron como un héroe; incluso más, como alguien dotado de un halo sobrenatural, una persona que infundía esperanza y que nunca abandonaba a los demás.
Insisto en que la película puede herir sensibilidades debido a la crudeza de las imágenes, pero quien se anime a verla tendrá también la oportunidad de disfrutar con la delicada historia de amor que vive el protagonista, y se conmoverá hasta las lágrimas con el emotivo final.