Dicen que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde.
La verdad es que se dicen muchas cosas.
Y yo con ésta no estoy de acuerdo.
Sabemos lo que tenemos. Claro que lo sabemos. Pero nos acomodamos.
Y, a no ser que la vida se encargue de recordarnos lo afortunados que somos, con alguna de esas maneras suyas tan de peli de terror, pues ahí seguimos, a ralentí, en punto muerto. Dejándonos llevar sin más porque vamos de bajada.
Con mi padre sabía lo que tenía, aunque cierto es que la vida se encargó de recordármelo demasiadas veces. No sé si quizás debía verme despistada o poco precisa. Pero no me hacía falta perderlo para saber que era una de esas personas enormes que dejan huella allá donde van.
Dicen que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Familia, amigos, trabajo...
Creo que no es cierto.
Lo que de verdad creo es que debemos cuidar eso que nos hace ser quienes somos sin matices oscuros. Que debemos dejar un rincón calentito muy dentro nuestro para aquellos y aquellas que hacen que nuestra vida valga tanto la pena. Debemos acariciar el corazón de quienes nos dan luz con sólo mirarnos. Debemos abrazar fuerte el cariño de quienes nos hacen querer ser mejores, bien porque nos admiran, bien porque los admiramos.
Dicen que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde.
Insisto. Es mentira. Cuento chino. Como los de los príncipes azules que salvan princesas indefensas.
Es una excusa que nos hemos buscado para justificarnos. Tenemos la capacidad suficiente para ser conscientes de qué nos hace felices, qué personas nos llenan y quién nos aporta y nos hace crecer. No nos hace falta perder nada ni a nadie. Porque lo sabemos de sobra.
Lo que nos hace falta es apreciar bien, mimar bien, demostrar bien, cuidar bien, amar bien (que no querer) y no vivir pensando en que, algún día lejano, sabremos lo que tenemos.
Lo tenemos ahora. Lo sabemos ahora.
No hagamos el gilipollas, que ya tenemos una edad.
(Siento el taco, papá, pero hay cosas que sólo pueden expresarse con claridad siendo un poquito soez.😉)