Conocí la noticia de su muerte por mi madre, que me llamó casi de inmediato sabiendo mi simpatía por el escritor mexicano. Otro grande nos deja, le dije. Carlos Fuentes se suma a mi lista de predilectos que encabezaron hace ya tiempo Julio Cortázar y Jorge Luis Borges y, el año pasado, Ernesto Sábato.
La noticia de su fallecimiento ha conmocionado al mundo de las letras. No ha dejado a nadie indiferente. Quizás, porque era polifacético de la palabra, un escritor de muchos lugares distintos, que consideraba su quehacer literario como la lucha de un boxeador con las palabras.
Resulta complicado hablar de alguien de quien se admira su obra, fundamental en estos tiempos tan complejos. Siempre quise poder hablar con él. Me hubiese gustado, por ejemplo, preguntarle qué opinaba de ‘los indignados’, aunque él prefería no realizar muchas manifestaciones sobre política. Lo hacía, eso sí, en sus novelas.
Tenía previsto publicar una nueva, Federico en su balcón, en la que planteaba un diálogo con el filósofo alemán Friedrich Nietzche. Hubiese sido maravilloso poder juntarlos y escucharlos hablar, entre otros temas, de la muerte de dios.
Llamé a un amigo para comentarle la noticia. Recién se había enterado y, con la serenidad que lo caracteriza y conociendo también mi simpatía por el escritor, me dijo: 'Puede que suene a frase hecha, pero te digo una cosa, Fuentes no ha muerto: Siempre nos quedará su obra'.