Lo impensable ha ocurrido.
Como bien dice Felicidad Alarcón, una amiga común, creíamos que era inmortal pero esta mañana, sin hacer ruido, se nos ha marchado doña Sara Montiel.
Han pasado unas cuantas horas y aún me encuentro sobrecogido por la noticia, por el dolor y por la sensación de pérdida irreparable; este mundo ya no es el mismo sabiendo que mi querida Sara ya no podrá contarnos sus locas historias, sus cuasi mágicas anécdotas y sus divertidos chistes.
Sara Montiel, doña Sara, nuestra Sara, tenía la extraordinaria habilidad de concentrar toda la luz, todas las miradas y toda la atención en ella. Aún sin quererlo, si es que alguna vez no lo quiso. Por lo que, si la conocías, estabas perdido. Te atrapaba en ese brillo que desprendía su estrella y desde ese momento te saritizaba y solamente podías declararte rendido admirador de la diosa manchega.
Doña Sara, me encantaría escribirte un post enorme, de esos detallados y llenos de datos sobre tu inabarcable carrera artística, pero no lo haré. Las televisiones llevan ya horas copiando y pegando pedazos de tu gloria y así debe ser. Yo prefiero llorarte en pequeñito, lamentar tu pérdida y sentirme, una vez más y ya por siempre, el director más afortunado del mundo por haber tenido la dicha de dirigir ABRÁZAME, tú última película, que ya es un poquito de todos los que te han querido.
Vuelas ya a ese sitio en el firmamento, que siempre te perteneció por derecho propio. Hasta siempre, admirada, querida y llorada Sara Montiel.
Doña Sara Montiel y un servidor.