Hasta siempre, hijo mío, transcurre durante varias décadas y es la historia trágica de dos familias que experimentan las distintas épocas que ha atravesado el régimen chino desde los años setenta, desde la política del hijo único a la explosión capitalista y de consumo de los últimos años. El acontecimiento primigenio con el que se abre la película es la muerte del hijo de uno de los matrimonios, un hecho que queda un poco entre brumas hasta que mucho tiempo después éstos conocen la verdad. Mientras tanto, el extenso metraje - muy justificado en esta ocasión - que Xiaoshui otorga a su película nos sirve para asistir a los enormes cambios sociales fomentados por el mismo Régimen que sigue venerando al impulsor de la Revolución Cultural. Como sucede en cualquier país del mundo, siempre hay gente que se queda atrás, es incapaz de adaptarse a los cambios y vive de la nostalgia del pasado. Todo esto y mucho más está narrado primorosamente en una película que sabe utilizar con sabiduría sus continuos saltos entre pasado y presente, tomándose su tiempo para ofrecer un poderoso retrato de sus distintos personajes y sus diferentes motivaciones a través de los años, personajes que deben sufrir prácticamente en silencio el escozor de las heridas provocadas por un Estado que raramente se mostrará humanitario con sus ciudadanos más allá de la omnipresente propaganda.