Sin estrépito mediático, casi en silencio, como si se tratara de una más de sus actuaciones “sin acreditar”, José María Soler Vilanova, conocido artísticamente como Víctor Israel, dejó el mundo de los vivos el pasado fin de semana, cuando ya se venteaba el otoño de este cruel año 2009. Este burgomaestre tuvo conocimiento ayer, día 22, del triste suceso, y fue consciente de inmediato de que con Víctor Israel se nos iba a los aficionados al cine, uno más de los pocos testimonios vivos que nos quedaban de una época en la que en este país se hacían películas, éstas
Arte de presencias por excelencia, el cine requiere de físicos contundentes como el que poseía Víctor Israel para ofrecer al espectador caracteres rotundos, tipos que se definieran en un solo plano, que excusaran cualquier morosa descripción. El perfil de Víctor Israel se ajustaba sin dificultad a un amplio abanico de roles episódicos o accesorios, en ocasiones decisivos, pero siempre supeditados a los papeles de rango protagónico y, más aún, a las directrices del género en que se encuadraba el film de turno. Su imposible efigie, coronada por un cráneo despoblado, dominada por una mirada aviesa de ojos claros y saltones, frecuentemente reclinada en una sonrisa afilada, inserta en un rostro mal afeitado, es tan familiar para el público mayoritario, como desconocido el nombre de su poseedor. Y es que Víctor Israel actuó en más de ciento cincuenta películas, destinadas, en su mayor parte, a ser masivamente consumidas, pues fueron producidas casi todas ellas con la única pretensión de distraer a un público lo más numeroso posible. Suyos fueron numerosos enterradores, empleados de morgues o guardas de lúgubres propiedades condenadas, en gloriosas producciones terroríficas, o soplón zarrapastroso en films policíacos o de espías, o borrachín postillón de diligencia o empleado del telégrafo en un espaguetti western, siempre visto en pantallas humildes, populares, donde se proyectaban los sueños de barrio, las ficciones accesibles, directas, que libraban la batalla cotidiana con el tedio.
De entre el centenar y medio de films en los que actuó Víctor Israel, no es difícil encontrar títulos señeros, de referencia en su género, como el mundialmente reconocido clásico moderno del cine de terror, “Pánico en el transiberiano” (1972), de Eugenio Martín, en la que le cabía el honor de interpretar a la primera víctima en el famoso tren del monstruo alienígena que despertaba tras un letargo de milenios, o como “La residencia” (1969), de Narciso Ibáñez Serrador, un descollante éxito de taquilla, inusitado en el género. Y si internacional era el reparto de “Pánico en el transiberiano” (que capitaneaban los dos monstruos sagrados del terror fílmico “made in England”, Peter Cushing y Christopher Lee), no lo era menos el de la colosal “Doctor Zhivago” (1965), una de
Ya no está con nosotros este Jack Elam catalán, este trasunto barcelonés de Marty Feldman, con quien llegó a estar emparentado en la ficción de “Mi bello legionario”, film del cómico británico. Le echaremos de menos. Sirvan estas apresuradas líneas como despedida, llena de admiración y respeto, hacia este actor, este trabajador de la pantalla grande, dueño de un físico del que era esclavo y el cual le hizo insustituible e inolvidable en tantas películas hechas para nosotros, la gente, y no para los críticos. Hasta siempre, Víctor Israel.