La temprana muerte de su marido abrió de nuevo un problema sucesorio, ya que con ella sólo había tenido una niña. El futuro Tutmosis III, era aún muy pequeño, y era también hijo de una esposa secundaria. La Gran Esposa Real debía ocuparse de la regencia durante la minoría de edad, pero además, esta situación abrió el camino para ella a una posibilidad que pocos se esperaban.
Hatshepsut, gracias a una cuidada campaña política, consiguió ser nombrada al igual que su sobrino-hijastro: faraón.
Para poder lograrlo, y que su poder quedara legitimado, la reina-faraón se valió fundamentalmente de dos estrategias: por un lado, se presentó a sí misma como descendiente carnal de la divinidad. En Egipto poder y divinidad estaban unidos, de hecho en la época de Hatshepsut, se creía que el faraón era la representación viviente del dios Amón, y, además, era estrictamente necesario para ser faraón ser hijo directo de la divinidad, o sea, del faraón. Ella puso de relieve su legitimidad para alcanzar el trono en este sentido, ya que era hija de Amón, encarnado en Tutmosis I.
Una vez justificado su acceso al trono, recordemos, durante la minoría de edad de Tutmosis III, necesitaba poder mantenerse en él sin que se cuestionara ni su legitimidad ni su poder, de forma que no pudiera ser acusada de usurpadora.
Sin embargo, no ha pasado a la historia como una gran reina, muchos ni siquiera han oído hablar de ella. De hecho, hasta fechas recientes la historiografía la tachaba de manipuladora, usurpadora, se decía que había mantenido casi secuestrado al pequeño Tutmosis, e incluso durante mucho tiempo estuvo borrada de las listas de los faraones. ¿Qué pasó para que esto fuera así?
Hoy en día sabemos que no mantuvo mala relación con Tutmosis III, de hecho muchas veces se hizo representar con él, apareciendo juntos como los dos faraones de Egipto. Cuando el niño, ya adulto, alcanzó el poder, no se dedicó a destruir ninguna de las obras de su tía-madrastra, sino que fue después con la dinastía Ramésida, con Seti I y Ramsés II, fundamentalmente, cuando se destruyeron sus estatuas y se la hizo desaperecer del mapa.
La razón posiblemente tuviera que ver con la repercusión que el ejemplo de Hatshepsut pudiera tener en otras mujeres, por lo que para “prevenir” que ocurriera algo así de nuevo, se prefería que no quedase constancia de su existencia.
Sin embargo, según los expertos, la historiografía actual, o por lo menos después de Egipto fue la que verdaderamente, construyó la “leyenda negra” de Hatshepsut de la que hoy poco a poco va desembarazándose.En el siguiente vídeo se explican en profundidad algunas de las cuestiones que hemos expuesto aquí.