Hay más Tontos que Botellines
Publicado el 08 agosto 2014 por Jmbigas
@jmbigas
Hay más tontos que botellines. Me encanta la frase, que es corta pero demoledora, y clarita, clarita, al tiempo que precisa. Sé que Carlos Herrera la utiliza con frecuencia, pero no estoy seguro de que sea una invención suya. Entiendo que ya forma parte del acervo popular.
De Cospedal o era tonta por creerse lo de la indemnización
diferida de Bárcenas, o por creer que se la podía colar
a todos los demás.
(Fuente: republica)
Antes de nada, para los que no estén familiarizados con la palabra botellín, vaya una explicación por delante. Se llama botellín, en muchas partes de España, a esa pequeña botella de cerveza (de 20cl) que invita a abrir otra a continuación. Su rápida dispensación (menos de un segundo para abrir el tapón corona) hace que, durante las fiestas y las grandes aglomeraciones, sustituyan a la caña de cerveza de barril, cuyo escanciado toma bastante más tiempo. En Catalunya, por ejemplo, a este envase se le conoce como el quinto, porque su contenido es, exactamente, un quinto de litro.
Viendo y oyendo las noticias de la actualidad de cada día, podríamos pensar que hay hoy más tontos de los que nunca hubo antes. Afortunadamente, eso no es verdad. Estoy convencido de que la tasa de tontos sobre el total de la población es un ratio que se ha venido manteniendo razonablemente estable con el tiempo. Pero no dispongo de datos científicos que me permitan asegurarlo.
La inclusión en la nómina de tontos pasa por la constatación de algunos hechos sencillos: decir, escribir o hacer tonterías. Esta lista está en permanente revisión aunque, como para la lista de morosos, es mucho más fácil entrar que salir de ella. Y que alguien esté excluido de la lista no garantiza su ausencia permanente de ella, ni, por supuesto, la automática inclusión en la lista de sabios, inteligentes, sensatos, prudentes o listos. Porque hay una sola forma de ser tonto, pero muchas diferentes de no serlo.
Utilizo todo el tiempo el término masculino tonto, porque el lenguaje, una vez más, es maliciosamente sexista. Cuando se dice de una mujer que es tonta, se quiere decir que es boba. Y yo aquí no hablo hoy para nada de la bobería, sino de ser tonto. Por ello, para evitar las trampas del lenguaje, seguiré utilizando el término masculino para referirme a tontos de ambos sexos (bueno, de uno, de otro, o mediopensionistas).
La existencia de tontos en un colectivo (familia, grupo de amigos, asociaciones, partidos, sindicatos, etc.) ha sido tradicionalmente una realidad algo vergonzante, que se quedaba muchas veces recluida en el salón de casa, en la relativa privacidad de la barra de un bar, o en la sala de reuniones de la sede social.
La extensión masiva de las nuevas tecnologías, y el hecho de que la gran mayoría de los ciudadanos llevemos un auténtico ordenador en el bolsillo, a través del cual estamos conectados (en los dos sentidos) con el mundo exterior, ha provocado que ese hecho habitualmente privado y sólo conocido por los más próximos, pueda ser ahora una constatación universal. La presencia de cámaras y micrófonos en los lugares más inverosímiles hace que resulte prácticamente imposible mantener la característica de tonto al abrigo de la mirada de los demás. Cuando cualquiera tuitea una tontería, es accesible en el mismo momento por cualquiera en cualquier lugar del mundo. Y cuando un político dice una tontería, es casi inmediatamente conocida por todos y repetida en todos los noticieros. No hay más tontos, en proporción, hoy que en otras épocas. Sólo que es mucho más fácil detectarlos.
Hay muchas formas de detectar a los tontos, y todas tienen que ver con problemas y soluciones. Es tonto el que sugiere una solución simple para un problema complejo. Como el que propone asesinar o excluir definitivamente de la categoría humana a todos los que no piensan como él. Es tonto el que sugiere una solución compleja a un problema simple. Como el que sugiere iniciar una guerra sin tener la razonable seguridad de que se puede ganar. Es tonto el que propone una solución para un problema que desconoce. Como el que cree aportar soluciones al conflicto palestino-israelí, o el que propone defragmentar el disco cuando aparece una pantalla azul.
Pero también es tonto el que cree tener toda la razón, y la predica para que los demás puedan abandonar la zona de oscuridad en que habitan. Es tonto el que insiste en seguir hablando ante la total indiferencia de los demás, nada interesados en lo que dice. O tonto es también el que se cree que todos los hinchas del XXX Club de Fútbol son gilipollas, o que todas las mujeres son tontas, o que todos los negros son inferiores a los blancos (o superiores, para el caso). Como también es tonto el que se cree que todos los hinchas de ese club son sabios, o que todas las mujeres son más listas que los hombres (que cualquier hombre).
Pues sí.
Es tonto el que se cree que los colectivos fagocitan a los individuos, que está convencido de que ser catalán (o vasco, o extremeño, o andaluz) supone necesariamente una cierta forma craneal o un determinado RH, o pensar necesariamente de una cierta forma sobre un tema concreto, o que adores la botifarra amb seques y detestes las migas (o al revés). También es tonto el que se cree que todos los homosexuales son inteligentes (o lerdos, para el caso). Como tonto es el que se cree que ser católico practicante es sinónimo de bondad (o de maldad, para el caso).
Es tonto el que pretende ignorar que toda generalización es una forma socialmente aceptada de mentir. Y es que, en todos los colectivos, hay gente pá tó. Es tonto el que está convencido de que los tópicos reflejan fidedignamente la realidad.
Es tonto el que ve la paja en ojo ajeno, e ignora la viga en el propio; o el que está convencido de que la corrupción del próximo es un desliz perdonable, y la del rival un pecado mortal. Es tonto el que cree que todos los políticos son corruptos, y también es tonto (aparte de iluso) el que se cree que todos son honrados.
Es tonto el que se cree que los tontos son los demás, e intenta colarles una explicación insolvente, convencido de que colará.
Y, finalmente, es tonto el que está absolutamente convencido de que él no es tonto, y nunca lo será.
Mira que no he querido ser exhaustivo, pero ha salido una larga lista de maneras de ser tonto. Me temo, querido lector, que estás haciendo el tonto dedicando un rato a leer esto, como yo estoy siendo tonto al escribirlo.
Y es que, definitivamente, hay más tontos que botellines.
JMBA