Para asegurar la inmunidad de su secreto pasaba todas las tardes a su lado, en silencio, escrutando cada movimiento de aquellos ojos vivos e inteligentes. Aprendiendo que un pausado movimiento a la derecha indicaba “Tengo sed”, que una caída tensa de párpados decía “llama a la enfermera”, o que los expresivos ojos desorbitados eran para gritar “socorro, me está tratando de matar otra vez”.