Ser positivo está de moda, es cool ser positivo. Los libros de psicología positiva se venden como rosquillas. Animan a muchas personas a tener una mejor manera de mirar a la vida y a sacar todas las cosas buenas que tienen dentro de ellas. Estimulan a pensar positivamente, a dejar patrones mentales destructivos, a no hacer caso a los pensamientos negativos, etc.
Pero… ¿Hay que ser siempre positivo? ¿Qué ocurre si un día una persona no se siente tan positiva y necesita expresar algo de su negatividad? ¿Es esto perjudicial para su salud física y mental? ¡En absotuto!
Más bien sería perjudicial para la salud el no poder nunca expresar las emociones o pensamientos negativos (que en sí no tienen por qué ser negativas si se las encauza adecuadamente).
Imaginemos un mundo en el que sólo se admite la sonrisa, el optimismo, la buena inteligencia emocional, la simpatía y el buen rollismo. Imaginemos un mundo en el que llorar, despotricar o quejarse están mal visto. ¿Qué tal os sienta eso? ¿Qué pasaría si un día sois víctimas de una injusticia o simplemente hay un contratiempo cualquiera y no os podéis quejar? En ese mundo estaría indicado seguir sonriendo y decir que todo va bien y que sigáis visualizando el siguiente paso con buena onda para el resto del día… Y, si no sois capaces se os mandaría a un terapeuta que os enseñara a pensar correctamente, pues habría en vosotros errores de conducta y de pensamiento, por ejemplo.
¿Entonces es malo eso del pensamiento positivo?
Pues depende…
Depende de cómo lo usemos y de que sepamos también manejarnos adecuadamente con el lado negativo de la vida y de nuestras propias reacciones emocionales.
Ser siempre positivo puede ser tan nocivo para la salud como ser siempre negativo. Una persona que pretenda estar siempre en una onda positiva, sin un trabajo interior adecuado, es muy probable que esté reprimiendo ciertas emociones negativas, que tienen su sentido y utilidad y que son naturales y necesarias ante el sufrimiento y ante la injusticia. Si se reprimen este tipo de emociones pueden acabar saliendo de forma desproporcionada e inadecuada o generar tensiones internas que nos pueden llevar a enfermar. Por lo tanto, no puedo estar de acuerdo con la parte más simple de la corriente de la psicología positiva en la que se nos vende como el camino hacia la felicidad el esfuerzo hacia el pensamiento positivo, las emociones positivas, las conductas positivas, etc.
Estoy de acuerdo con no alimentar los sentimientos negativos, con no obsesionarse con los problemas, con no fustigarse con los errores, con combatir las ansiedades anticipatorias o con las actitudes tendenciosas, con la mala fe o con no generar una frágil autoestima mirando los defectos ajenos. Pero no es lo mismo no alimentar ciertas emociones, que tenerlas en cuenta para superarlas, comprenderlas, integrarlas...
Es importante escuchar los diversos movimientos internos, los entendamos como negativos y como positivos, y comprender que ambos polos son una expresión de nuestro ser que pugna por salir adelante. Si escuchamos y aceptamos comprensivamente lo que se mueve dentro de nosotros es más probable que encontremos un equilibrio en el que podamos expresar y canalizar adecuadamente los sentimientos negativos, a la vez que también podamos potenciar de forma sana los positivos, sin excesivas pretensiones ni represiones.
Sentir miedo ante una amenaza, dolor ante un daño, rabia ante la injusticia, malestar ante una mentira o enojo ante un crimen, supone tener esos sentimientos que se interpretan como negativos, pero que son necesarios y positivos en situaciones negativas. Y más en un mundo en el que el mal y la injusticia están presentes. En este caso, tener emociones negativas es positivo, al igual que buscar el camino para expresarlas adecuadamente y encontrar en ellas la energía para superar o resolver lo que nos hace daño.