Por Ileana Medina Hernández
A los niños no hay que castigarlos, a los niños no hay que esculpirlos con cincel ni con golpes ni con órdenes, no hay que fabricar a Galatea. Imaginaros que los padres y madres necesitáramos hacer másteres en Educación para poder educar: "este tipo de castigo, sí, este tipo no; este golpe sí, este poquito más allá, no; a esta hora sí, a esta hora, no; esta frase, sí, esta frase, no". Eso no tendría ningún sentido evolutivo ni práctico. Los niños vienen preparados para ser mucho mejores de lo que podemos imaginar.
Tantas recetas educativas, conductistas, cognitivistas, psicoanalistas, positivistas, humanistas, espiritualistas, programadores neurolingüísticos, modelos neuropsicológicos complejísimos, esquemas y muchos libros, puñetas... Todo eso puede servir para nutrir los egos de adultos que se creen intelectuales, pero no para criar niños. Si todo eso hiciera falta para construir un buen ser humano ya nos habríamos extinguido (y estamos a punto de hacerlo).
En realidad la vida es mucho más sencilla, aunque, dado el caos inverso de la humanidad, a veces nos resulta mucho más difícil:
-Sé tú la mejor persona que puedas ser, para que puedas ofrecerle el entorno y el ejemplo mejor. La imitación es el primero y quizás único vehículo educativo. Si quieres que lean, lee tú. Si quieres que piensen, piensa tú. Si quieres que hagan deporte, haz deportes tú. Si quieres que sean amables, sé amable tú. Si quieres que escuchen, escucha tú. Si quieres que sean buenas personas, sé buena persona tú. Ese ejemplo y ese entorno, intelectualmente estimulante y emocionalmente feliz, es la tierra fértil que necesita cualquier ser humano para crecer.
-Una vez lo anterior, dejarles libertad para ser, darles alas: intentar no transmitirles nuestros miedos, confíar en ellos, respetar su personalidad y criterios propios, su energía vital, su creatividad, su fantasía, sus juegos. No utilizarlos para nuestros propios fines, conscientes e inconscientes. Cultivar el contacto con la naturaleza, tocar, experimentar. No tomarnos sus criterios como una guerra contra nosotros. Reviso mis "no" diarios: la mayoría no hacen falta para nada, y provienen de mis miedos, de mis prejuicios, de mi ego (ísmo), o de mi necesidad de aparentar ante los demás.
No hay más. No hay recetas. A veces no lo logramos ni aún sabiéndonos la teoría, nadie es perfecto, pero está bien tener claro hacia dónde queremos tender. Ahí radica la pequeña diferencia.