Hay un método para bajar la luna

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Apenas habíamos comenzado la búsqueda colectiva de una frase que representara a la Ampa del cole en un bienintencionado proyecto municipal para llenar el pueblo de versos, cuando alguien propuso en el inevitable grupo de wasap la siguiente: “Hay un método para bajar la luna. Poesía, le llamaron”, de un tal Ckristopher Climaco, según el mismo mensaje.

A bote pronto me pareció cursi y carente de relación con la chiquillería o el ámbito educativo, mas el sentir mayoritario se impuso, y ya está plasmada sobre una chapa blanca 2 por 1 con una luna menguante a la izquierda y una constelación de estrellas azuladas en torno. Y, ahora que la pienso, cada vez me gusta más la frasecita.

Creo fue el periodista González Jerez quien escribió hace tiempo que en estos peñones atlánticos en que vivimos se contarían unos 500 lectores de poesía. Acaso, temo, pecase de exagerado. Pero qué más da cuántos gusten de lo que para muchos no es más que un anacronismo en el que no vale la pena gastarse un duro; tanto da, porque en lo que sí estaremos de acuerdo, intuyo, es en que, de vez en cuando, el ser humano precisa de aperos espirituales para acercarse la luna.

De ahí el gusto general por frases que podríamos catalogar como bonitas, por pensamientos por algunos llamados positivos o por rimas sensibleras más o menos forzadas. Qué importan el formato y el valor subjetivo que se le asigne: todo ello viene a cubrir una necesidad de trascendencia mundana, elucubro, para satisfacer un ansia de la especie: atisbar y esquivar al unísono los grandes enigmas universales que nos rodean: de dónde venimos, quiénes somos, a dónde vamos. Ahí es nada.

Asumir que estos interrogantes no tienen respuesta aterra a cualquiera, sea un científico del Gran Colisionador de Hadrones o el eficaz camarero del bar de la plaza. Llegados a este punto en tierra de nadie, me encanta recordar una –otra– frase de Paul Valéry acerca de lo que le espera al hombre cerril que jamás levanta la cabeza y repara en el titilar azul de los astros a los lejos: “Cree, o muere eternamente”. Ante esto sólo nos quedan maneras de creer; eso es casi todo.

Por cierto, que la frase que yo había pensado y que no me atreví a poner en el grupo de wasap era de mi Roberto Juarroz de cabecera; una que se me antojaba punzante metáfora de un quehacer educativo universal e inclusivo: “Buscar la rosa / que queda entre las rosas. / Y aunque no sean rosas”. Aunque ahora que lo pienso, cualquier método vale para bajarse la luna.